viernes. 29.03.2024

Después de dos hechos indiscutiblemente noticiosos, la enfermedad del presidente de Cuba y la masacre de la que es objeto el Líbano, propuse a un amigo seguir de cerca los pronunciamientos de los distintos gobiernos y partidos políticos del mundo en torno a los acontecimientos. Tristemente fue necesario que Israel aniquilara a más de treinta niños, primero, y después, por otro “error” o más bien horror, que matara a punta de bombas con fósforo, prohibidas en cualquier conflicto bélico, a un grupo de agricultores para que tibiamente Estados Unidos, por ejemplo, dijera que había que tener más cuidado. Es decir, que, según su ideario, interpreto que se puede matar, pero con cuidadito. El Partido Popular de España, cuando se suscitaron los primeros ataques, advirtió al Gobierno socialista presidido por Rodríguez Zapatero que las relaciones diplomáticas con Israel estaban por encima de una reacción en contra de la intervención militar. Una vez que se consumó la matanza de los niños, el secretario general del PP, Ángel Acebes, no tuvo más remedio que criticar la acción con los dientes apretados y en voz baja. Qué decir de las reacciones y hasta festejos por la muerte de un muerto que las fuentes de La Habana sostienen que está vivo. La enfermedad de Fidel, el único mandatario al que internacionalmente se le conoce por su nombre de pila, ha propiciado toda clase de opiniones, a favor de su gesta y en contra, pero por lo que he leído en distintos frentes me atrevería a decir que son más las consideraciones favorables que las negativas. No quiero perder el hilo de mi planteamiento, así que regreso a los titulares y contenidos de prensa sobre la entrega del poder a otros líderes cubanos. Las palabras más usadas han sido transición, democracia y libertad. No me sorprende el uso, pero si la celeridad con la que la práctica totalidad de quienes se demoraron en repudiar la agresión al pueblo del Líbano las utilizaron para moldear pulcros discursos. Sí, el mismo día de la proclama cubana ya dictaban cátedra de democracia. Los padres de la patria de Colombia, los prohombres del Perú y de otros países de Suramérica, los impolutos dirigentes norteamericanos, que como dicen en mi tierra no matan una mosca, y distintos dirigentes europeos, habitualmente en la trastienda, de repente se autoadjudicaron la distinción magna del cum laude en democracia y ciencias políticas para hacer publicas sus opiniones. Sin embargo, también leí un perfil de García Márquez sobre Fidel y, entre muchos aspectos, me llamó la atención su relato sobre la capacidad de trabajo del líder de la Revolución y su desmedido interés por la búsqueda de información. El Nobel describe que Castro se lee unos 50 documentos al día, al margen de los informes de los servicios oficiales y de cuanto le mueva su curiosidad. Una referencia anecdótica de García Márquez es que durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. Teniendo en cuenta los irrebatibles logros en la educación y en los servicios sanitarios, dos de las necesidades básicas de cualquier país, y también las debilidades y los desaciertos de la Revolución cubana, sería otro buen ejercicio averiguar cuántos máximos dirigentes del mundo, alcaldes y concejales de grandes y pequeñas ciudades conocen al dedillo todos los entresijos de su acción de gobierno, para medir así su capacidad de trabajo y su compromiso con los ciudadanos. ¿Conocen los presupuestos que aprueban?, ¿Defienden los intereses comunes? o ¿Cumplen con lo que prometieron en las campañas electorales? Por otra parte, también me gustaría saber si realmente calculan las consecuencias sociales y económicas de los conflictos internacionales o si al menos saben la ubicación geográfica de Israel o del Líbano. Mucho blablablá y pocos hechos.

Cuba y Oriente Próximo, depende cómo se miren
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