viernes. 19.04.2024

Estos días en los que el mundo asiste al entierro simbólico de Serbia, como buen ortodoxo quiero encender una vela a favor del pueblo más orgulloso de Europa. Un pueblo por el que siento gran admiración, aunque sólo sea porque fueron los únicos capaces de expulsar a los nazis sin ayuda externa. Por cierto que muchos croatas, la otra etnia mayoritaria de la extinta Yugoslavia, lucharon del lado de Alemania.

En la primavera de 1941, Yugoslavia fue invadida por Alemania. La mayoría de los territorios fueron repartidos entre el Reich e Italia, pero Croacia fue declarada “independiente”. En realidad se convirtió en un estado “títere” del nazismo. Al poder llegó un partido nacionalista, que levantó en su territorio varios campos de concentración, en el que acabaron recluidas cientos de miles de personas de todas las etnias yugoslavas. Ya entonces preferían algunos ser dominados por Hitler que ver la capital de la federación en la que se integraban en Belgrado. Y precisamente por esa razón, principalmente, Tito, que ni por asomo era serbio, prefirió dar un protagonismo central a los serbios en la configuración del estado yugoslavo que dirigió con mano férrea hasta 1980. De padre croata y madre eslovena, el jefe militar de la resistencia partisana, y miembro del Partido Comunista, eligió Belgrado como el centro de gravedad del país que, nuevamente haciendo gala de su particular orgullo, no se plegó a los caprichos de la Unión Soviética. Fue además estado fundador de la llamada tercera vía en un mundo polarizado por la guerra fría, el Movimiento de los No Alineados.

Con la desintegración del régimen comunista, Yugoslavia se ahogó en sangre durante las guerras balcánicas de los noventa. Y llegados a este punto, cuando hubo que depurar responsabilidades, Europa y Estados Unidos siguieron un viejo principio que sigue rigiendo las relaciones en la sociedad internacional. Sin apenas matizar las peculiaridades de un conflicto que se remonta a siglos atrás, los gobiernos occidentales señalaron al malo de la película, Serbia. Y lo cierto es que matanzas los hubo en todos los bandos. Serbios matando croatas, croatas matando serbios, y ambos matando musulmanes. Aquellos a su vez, presentados ante el mundo como mártires, tampoco fueron precisamente unos ángeles.

Algunos ejemplos están disponibles en las hemerotecas de la prensa española. El general Ante Gotovina fue acusado en La Haya por la matanza de al menos 150 serbios y la deportación forzosa de otros 200.000. El general Mirko Norac, que mandaba la Novena Brigada del ejército croata, fue acusado por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) por “asesinatos, pillajes y destrucción de ciudades y pueblos cometidos contra la población civil serbia”, como publicaba en 2004 el diario La Vanguardia.

En todas las guerras de la ex Yugoslavia hubo crímenes contra la humanidad, y los hubo en todos los bandos. Sin embargo, fue Serbia la que salió más perjudicada de cara a su estatus internacional. En buena parte fue porque su antiguo presidente, Slobodan Milosevic, resistió en el poder todas las guerras balcánicas, todas menos la de Kosovo.

La negativa de algunos países a reconocer la independencia de Kosovo no es casual, ni es casual que sean precisamente los vecinos de Serbia los que se han negado a tragar con la exigencia de Estados Unidos, principal promotor del despropósito que ha vuelto a despertar el fantasma del odio religioso. Hay que tener en cuenta que el fanatismo dogmático de unos y otros ha tenido desde siempre esta tierra en guerra. Y es que los Balcanes son la frontera de nada menos que tres religiones enfrentadas, al menos en esta región. Los católicos de Eslovenia y Croacia, los ortodoxos serbios, búlgaros, rumanos y griegos, y los musulmanes albaneses y turcos. En distintas épocas y en diferentes contextos, todos han derramado la sangre del vecino. Con la intendencia de Kosovo, parece ser que los “hermanos ortodoxos” de Serbia han arrimado el hombro. Bulgaria, Rumania, Grecia, y por supuesto Rusia, apoyan al pueblo serbio. ¿Una nueva tuerca al odio interreligioso de los Balcanes? ¿Era eso lo más conveniente para la estabilidad de la región?

Una vela por Serbia
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