viernes. 29.03.2024

Quiero aprovechar este espacio para explicar a los interesados y curiosos, y también a las supuestas víctimas, algunos aspectos de lo que podría denominarse la cultura de la victoria. Ahora que se aproximan los Juegos Olímpicos de Pekín y la Eurocopa, se vuelve a hablar del “miedo a ganar” que según los propios futbolistas e innumerables seleccionadores aquejan a la selección española. “Volveremos a caer en los cuartos”. Es la frase más repetida por el sufrido aficionado ibérico. El victimismo se apodera como potente veneno de algunos aficionados. Seleccionadores de fútbol, de baloncesto, ingenieros jefes de las escuderías de Fórmula Uno. Falsa percepción de orgullo, el natural nunca pierde porque sea malo. La culpa la tienen otros. Que si el arbitro estaba comprado, que si el “moreno” es el “niño bonito” de algún inglés que sólo piensa en poner palos en las ruedas del pobre desgraciado, que si nos tienen manía por ser lo que somos.

Dicen mis amigos, los pocos que lo son de verdad, que no me gusta perder ni a las chapas. Y lo atribuyen a una cuestión de personalidad. Falso. La personalidad juega un determinado papel, pero no determinante. La educación, como etapa de formación de los principios morales primarios, desempeña un protagonismo mucho más importante. En la sociedad de los débiles se enseña que lo importante es participar. Mal hecho. Así cultivamos generaciones de seres humanos endebles, derrotistas, que todo lo confían al sistema, que no saben improvisar, y lo más triste, que no saben defenderse por sí mismos, sin mirar continuamente a sus espaldas, buscando al “primo de zumosol”, o al agente de la autoridad de turno. Si mañana estalla una gran guerra, no estaremos preparados ni para defender nuestro propio hogar, ni la familia, ni la dignidad. Una pena, porque nuestros abuelos sí estaban preparados. Y perderemos, porque diremos que “lo importante es participar”.

Las sociedades a veces llamadas erróneamente intolerantes o primitivas enseñan otras cosas. Lo enseñan los padres, la escuela, la universidad, y sobre todo, el ideario moral colectivo. Participar es importante, pero como paso previo para obtener la victoria. En todo hay que aspirar a ganar, a ser el mejor. El resto es la mediocridad y la vergüenza, la falta de amor propio. Ser el mejor en el trabajo, en los estudios, en los deportes, en el amor, en la amistad, en la defensa de tu dignidad como persona. Cada cual debe buscar aquello para lo que tiene talento y entregarse al cien por cien. Si hoy no puedes ser el mejor, procura serlo mañana. Pero si hoy te presentas al mundo como una víctima, lo serás siempre. Débil y triste, serás el felpudo en el que se limpiarán el barro los fuertes, los ganadores.

Y otra máxima. No te metas en un juego del que sabes que saldrás perdiendo. Y si llega el momento en el que la derrota se vislumbra como inevitable, una retirada a tiempo también es una victoria. Una pequeña victoria de la dignidad.

Los defensores de la endeble sociedad de “la participación” dirán que hablo de cosas anacrónicas, prehistóricas, que todo eso ya se ha superado. Echemos pues un vistazo al medallero de las últimas Olimpiadas. ¿Ven quién está en los primeros lugares? Las sociedades ganadoras, los pueblos del culto a la victoria. Y ahora, busquen España.

Culto a la victoria
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