viernes. 29.03.2024

Casi una semana ha pasado desde que empezara el enfrentamiento dialéctico entre España y Venezuela, y el cruce de declaraciones sigue despertando pasiones a ambas orillas del charco. Los españoles defendemos al unísono las palabras del Rey. Hugo Chávez sigue “dando caña” a los cabezas visibles de nuestro país. Ayer mismo dijo que “el Rey y Zapatero” están al servicio del “pequeño fascista” José María Aznar.

Ríos de tinta han corrido desde entonces tanto aquí como allá, y casi todo se ha dicho sobre la reacción del Gobierno de España y la Jefatura de Estado ante los continuos ataques de Chávez a las empresas españolas y al ex-presidente Aznar durante la Cumbre Iberoamericana que se celebró el pasado fin de semana en Santiago de Chile. Y no será éste el tema del artículo.

Dijo el otro día el presidente venezolano que el Rey se comportó “como un toro” al mandarle callar, y dio a entender que él no tenía ningún problema en torearlo. Pero a quién quiere “torear” realmente Chávez es la pregunta que se deben de estar haciendo en estos momentos los expertos en política internacional.

Con el inminente referéndum para modificar la Constitución de Venezuela y permitir a Hugo perpetuarse en el poder, algunos podrían pensar que con su beligerancia quiere desviar la atención tanto en el interior como en el exterior del país caribeño. Su discurso también podría interpretarse como un mensaje a los votantes resentidos con las empresas occidentales, porque son precisamente las empresas, y no sólo españolas, el objetivo de sus ataques. Otros dirán que el “comandante” es incapaz de contener su lengua y pensar en la diplomacia. O podría estar preparando el terreno para seguir nacionalizando los sectores estratégicos de la economía, como la banca o las telecomunicaciones, donde casualmente las empresas españolas como Santander o Telefónica tienen un papel predominante. Esta última teoría es la que más me gusta.

Añadiría que España se está convirtiendo en un socio bastante incómodo para Chávez, que probablemente se ve a largo plazo como el nuevo líder de un grupo de países opuestos a los Estados Unidos. Una especie de un resurgido Movimiento de los No Alineados, con la capital ideológica en Caracas, pero inclinado hacia el radicalismo de izquierdas pregonado por los protagonistas de la Revolución Bolivariana. Y así las cosas, cuanto menos “buen rollo” con los capitalistas, mejor.

Algunos pasos del “comandante” en la escena internacional ya indican esas aspiraciones de construir un bloque “antiimperialista”. Ni el propio Chávez lo niega. Es más, reconoce abiertamente que sería su sueño. Por supuesto, para nada se otorga el liderazgo de esa fuerza que pretende articular. Más bien señala a la Habana, al moribundo Fidel Castro, como el verdadero padre de la nueva Revolución. Así señalaban los sucesivos secretarios del PCUS a Lenin y Marx, ya muertos, mientras el Consejo Superior del Partido y el KGB regían el destino de su propio pueblo y de otras muchas naciones en la órbita de la extinta URSS.

De momento, la fuerza de Chávez se despliega sólo en el terreno ideológico, pero no le faltan esfuerzos en buscar la cohesión económica y política con los “países gamberros”, y con los enemigos de la unipolaridad que ejerce en el mundo Estados Unidos. Compra armamento convencional en Rusia, busca acuerdos estratégicos con Irán, y apoya económicamente a los incipientes gobiernos afines a su política, como Bolivia o Nicaragua, donde de nuevo gobierna Daniel Ortega, líder de la revolución sandnista reconvertido a socialdemócrata.

El momento histórico para forjar nuevas alianzas es inmejorable. Con América inmersa en la “guerra contra el terrorismo”, de la que tardará décadas en salir, y quién sabe cuanto en lamerse las heridas, las cosas en el patio trasero del “imperio” vuelven a los derroteros que ya atravesaron en los ochenta. El problema es que el radicalismo de izquierdas aún no es tenido en cuenta como seria amenaza en los círculos políticos y económicos de Estados Unidos. Además, agotados por Irak, ya no parece que les queden fuerzas ni ganas de conspirar en Latinoamérica, como habían hecho con éxito durante la presidencia de Ronald Reagan.

¿A quién torea Chávez?
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