jueves. 28.03.2024

Por Miguel Ángel de León

El Ya.com es una coña marinera. Una tomadura de pelo. Un robo. Un atraco en toda regla. Hablo con perfecto, suficiente y sufriente conocimiento de causa, pues soy abonado obligado (por las circunstancias y el empeño femenino de las adictas a la publicidad catódica/catatónica, y mira que mi abuela siempre me avisó para que no me fiara de las mujeres, "que son el diablo") de ese presunto servidor que no sirve absolutamente para nada. Todavía no he intentado darme de baja de la dirección que aparece ahí debajo, según se sale de la columna a mano derecha, y creo que no me lo van a poner fácil, por lo que contaba ayer el cofrade Juan Manuel de Prada en su artículo en ABC, "Noticia de un atropello". Pero ya me han toreado varias veces y me han hecho perder un tiempo que no tengo colgado al teléfono (otro vicio al que le tengo especial repugnancia) cada vez que he llamado a la centralita de turno para quejarme de que llevo mes y pico o mes y poco sin poder enviar ningún correo electrónico. Lo gracioso es que ya sí los puedo recibir (soy un negado para las matraquillas informáticas, pero me las apañé solito y Dios para dar con la solución por mi cuenta y riesgo), y me malicio que estoy quedando como algo más grosero de lo habitual con quienes todavía deben estar esperando mi respuesta a sus epístolas virtuales.

Para enviar estos artículos al periódico también me las hube de ingeniar para hacerme una nueva dirección de correo en otro servidor (una bobería para un experto en el internete o para cualquier chinijo de hoy en día, pero toda una hazaña para alguien con mi alto grado de ciberfobia). Y por ahí me las voy apañando, mientras la pereza se va adueñando de mi ánimo a la hora de tomar la crucial decisión de mandar al ya.com al quinto coño, sobre todo después de leer a Juan Manuel de Prada: "Durante dos meses, semana tras semana, día tras día, telefoneaba al número de atención o desatención al cliente de Ya.com, para exigir, para pedir, para suplicar que me fuese repuesta la conexión. Infaliblamente, sonaba durante largo rato una musiquita enlatada, idónea para despertar instintos homicidas en un discípulo de Gandhi. Una vez cesado el soniquete, una voz robótica me exhortaba a pulsar tales o cuales teclas del teléfono, dependiendo de la naturaleza de mi reclamación; cuando ya me empezaba a doler la yema del pulgar de tanto teclear, conseguía que al otro extremo de la línea me respondiera alguien que, por supuesto, ignoraba concienzudamente las cuasas de mi incidencia y mucho más la forma de remediarla. Las conversaciones solían concluir en laberínticas recomendaciones, siempre repetidas y siempre ineficaces, que me dejaban como estaba: sin conexión a internet".

Yo esa película ya la he visto. Ese capítulo es igualito, igualito por lo que ya he pasado desde que el servidor inservible me impide enviar correos electrónicos, hace ahora unas cuantas semanas.

Soy cliente de Polanco casi desde que eché los dientes. Don Jesús del Gran Poder Mediático me sangra desde 1976, cuando empecé a comprar El País. Después fui uno de los primeros abonados a Canal Plus, por culpa de mi adicción a las buenas retransmisiones futbolísticas y al cine sin cortes publicitarios (no veo las televisiones generalistas, que las llaman: para mí no existen Tele5, Antena3, Cuatro, La Sexta, La Octava... y mucho menos La Primera o La Segunda, pues nada llevo con peor humor que el peloteo al poder político de turno). Eso por no hablar de los libros que le he comprado a sus múltiples editoriales, aparte de otras vainas de las que ahora no quiero ni acordarme. Y ahí sigo, pagando desde hace ya lustros y hasta décadas la multa mensual y religiosamte a lo que ahora se llama Digital Plus, o nombrete similar. ¿No se merece todo ese dinero que le he ido entregando durante años un respetito, don Jesús? Arréglen eso ya.com. ([email protected]).

Ya.coña
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