viernes. 19.04.2024

Por Miguel Ángel de León

"En Canarias, la reivindicación de la identidad en relación con el territorio coincide con el resurgimiento del nacionalismo de derechas en el Archipiélago. Y hay que recurrir a la ironía para tratar este asunto, que es muy poco serio en su planteamiento pero bastante peligroso, porque usa del sentimentalismo y de los instintos más primarios de las masas, a las que los políticos siempre prefieren aborregadas". Es palabra de filósofo.

La Universidad de La Laguna no es precisamente la más prestigiosa de entre todas las existentes en España, como es triste fama, pero sí ha contado alguna vez con profesores muy lúcidos que se han lucido en artículos o conferencias antológicas, para mi gusto. Es el caso -un suponer- del filósofo Ángel Mollá, auténtico “rara avis” en el actual desierto de la Enseñanza y de la intelectualidad en Canarias. En una de las pocas conferencias a las que he asistido y en la que he disfrutado de verdad en los últimos años, Mollá le propinaba de más allá tamaño y merecido varapalo a eso que se ha dado en llamar como la identidad de los pueblos, que es el recurso más manido con el que los políticos más mediocres y los desvergonzados intelectuales más acomodaticios hacen la más vomitiva de las demagogias, por aquello de darle gusto al vulgo alabando incluso el mal gusto de éste.

En aquel acto memorable, el filósofo avisaba que la naturaleza del concepto "identidad colectiva" es "como un cortocircuito semántico. En la sociedad actual, utilizando ese concepto traicionero de la identidad colectiva, el hombre es un eslabón-cadena, y surge la necesidad de aplastar, subordinar o encadenar al individuo. Para respaldar esa identidad inventada, se acostumbra a elegir sólo un momento de la historia, y según el momento que se elija puede pasar que un mismo territorio tenga identidades muy distintas conviviendo y repeliéndose a la vez". Algo de locos, de acuerdo, pero muy propio de lo que hemos dado en rebautizar como nacionalismo asirocado que padecemos por aquí abajo. Por ello, con no menos razón y motivo, el filósofo se burlaba -porque lo que no es serio hay que tomárselo a chacota- de lo que sucede en la España isleña de ahorita mismo: "Los hay que eligen ser ingleses aunque sea en sueños; otros anhelan una sola región como la pangea del cursi y pazguato villancico del Gobierno de Coalición; otros se sienten bereberes [que tampoco es mal chiste, puestos a contar verdades]; otros de la federación macaronésica; otros prefieren desmembrarse en reinos de taifas donde cada cacique mande en su isla como en un feudo". El retrato de todas esas familias de iluminados no por cómico deja de ser tan real como la vida misma. No hay más que verlos... o escucharlos, que es aún peor. Y ya entonces el filósofo advertía que el secreto del movimiento nacionalista lo poseen sólo aquellos iniciados que saben halagar los bajos instintos de las masas menos avisadas y, por lo tanto, más fácilmente manipulables con determinados recursos como el victimismo, del que han hecho gala en Lanzarote hasta la saciedad políticos de sobra conocidos, o la estrategia de volver a las raíces, "que es una manera subterránea de andarse por las ramas", como apuntaba el pensador con un humor que siempre se agradece en hablando de asuntos tan antipáticos. En efecto, acudir a esas raíces equivaldría entonces, por ejemplo, a cargarse el derecho de la mujer africana a conservar el clítoris, en lugar de verse sometida a la ablación del mismo como les sucede todavía hoy a millones de mujeres en África.

Todo el discurso de Mollá, si bien se mira, recuerda y coincide en mucho con el de otro filósofo español de nuestros días. Me refiero a Fernando Savater, un vasco no nacionalista ni ombligusita que ha demostrado empíricamente que todo nacionalismo basa su existencia en recuperaciones anacrónicas de unos presuntos derechos históricos. Y decimos presuntos porque en realidad es una falacia hablar de derecho histórico. El derecho de pernada -otro suponer- sería entonces un derecho histórico, a pesar de que el decurso de la propia historia los hizo desaparecer, como el derecho de tener esclavos y otros tantos abusos que se han quedado enterrados definitiva y afortunadamente en la memoria de los tiempos.

Esos tales derechos históricos, por sí mismos, no tienen ningún valor. Es el gran problema de las teorías identitarias, en donde siempre importa más de dónde venimos y no lo que somos o a dónde vamos. También en Canarias, en la reivindicación de la identidad todo el mundo sabe que se oculta un gran negocio. Y, muy a menudo, los que dicen sentirse más orgullosos de Canarias y de su Naturaleza son los que más han hecho por destruirla. No hay que salir de Lanzarote para constatarlo. ([email protected]).

¿Y tú de quién eres?
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