jueves. 25.04.2024

He tenido la oportunidad y la suerte de visitar más de media docena de Estados de la Unión americana, pero conozco malamente el de Lusiana, que es el único de entre los 50 Estados de Estados Unidos -valga la redundancia- que todavía permite, en pleno siglo XXI y en el tercer milenio, la celebración de las peleas de gallos, un feo ritual de sangre que está en pleno ocaso como deporte legal en aquel país... y que aquí, en Lanzarote en particular y en Canarias en general, se mantiene, se fomenta y hasta se publicita en los medios, ante la indiferencia, cuando no la anuencia, de la cínica clase política insular, que acuerda prohibir en todo el Archipiélago las corridas (las de toros), y corre la vista hacia otro lado cuando se habla de este cruel espectáculo en donde los animales no tienen la oportunidad ni de darle un susto o un revolcón a quienes los echan a pelear, como sí pueden hacer los toros bravos.

La crónica firmada por Michael Perlstein en The New York Times tiene un primer párrafo tan brillante como elocuente: “Los dos luchadores mecen a sus pájaros a un lado y otro del foso de tierra. Los gallos picotean bruscamente al aire. Pero antes de que el árbitro Woodchopper dé comienzo al primer combate de la noche en el Atchafalaya Game Club, se dirige a un público de unos 200 espectadores:

-Si tenemos entre nosotros a algún agente de la ley esta noche, por favor, levántese e identifíquese”.

A las galleras locales (que en América llaman fosos) no sé si acuden policías, pero políticos a puntapala. Entre ellos, algunos que votaron en el Parlamento regional lo de prohibir en Canarias la fiesta de los toros, esa barbarie cultural y sangrienta. ¿Y por qué pide el árbitro gringo que se identifiquen los posibles agentes? Lo aclara el propio Woodchopper: “Sólo digo esto para que podamos relajarnos y pasar un buen rato. Ya saben que hay tres proyectos de ley contra nosotros en el Congreso y que la cosa pinta mal”. Ya les digo, igualito que en Canarias. He visitado en dos ocasiones el Congreso americano, en Washington. Jamás he puesto el pie en el Parlamento canario, pese a viajar con mucha más frecuencia a Tenerife que a Estados Unidos. Debe ser cuestión de fe. Mejor dicho, de falta de fe... en la política insular y sus actores.

Me viene a la memoria la frase del cubano Virgilio Piñera: “¿Quién puede reír sobre esta roca fúnebre de los sacrificios de los gallos?”. La roca es la isla, así sea Cuba como Lanzarote, pues tanto allá como acá persisten las peleas de gallos, como es triste fama.

En las islas, en efecto, se sigue torturando a los animales. Las peleas de gallos son un buen/mal ejemplo de esa evidencia. Pero sobre estos gallos no han dicho nada los gallinas del Parlamento regional, autónomo a autómata.

Esa doble moral que solemos achacar a los gringos nos sobra también a los canarios cuando convenimos en prohibir en las islas las corridas de toros y nos olvidamos de las peleas de gallos. Lo cual es tan gracioso e inútil como prohibir en Cataluña -un suponer- la lucha canaria (un deporte noble, en cualquier caso, al contrario que las peleas de gallos, que no ni es deporte ni cosa que se le parezca). No he leído ningún programa electoral para lo del cuento de los comicios generales del 9-M (ni lo haré, pues va contra mis convicciones de abstencionista), pero ando convencido de que ninguno promete acabar con una tradición que traiciona nuestra presunta bondad como pueblo. Apuesto triple contra sencillo. Pero los malos siempre son los otros... ([email protected]).

Y encima se ponen gallitos...
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