viernes. 29.03.2024

Así son los políticos que algunos todavía votan: primero fomentan, miman y hasta subvencionan el mal gusto (carnavalero), y luego se escandalizan por el mismo. Se les paga a las murgas para que den la ídem, y después se les reprende hipócritamente por hacer lo único que saben (con contadas y honrosas excepciones): ampararse en el disfraz colectivo para reventar oídos, atentar contra el mínimo buen gusto musical y meterse contra los más débiles (míralos qué valientes y subversivos, los tíos). Cinismo se llama la figura. Primero colocan la subvención en el bolsillo y luego ponen el grito en el cielo. Ya el conejo me riscó la perra...

Lo tengo escrito y repetido aquí mismo, aun a riesgo del insulto fácil y cobarde de los que, además del refajo y el antifaz, se esconden también en el anonimato del foro digital para insultar (míralos qué valientes otra vez: tiro la laja, escondo la mano) a todo lo que se mueva o no le ría la gracia que no tiene el gracioso de turno. Días atrás le cambiábamos aquí mismo la letra a la socorrida cancioncilla: “Carnaval, te odio”. Y (malos) ejemplos como el de este año, que me niego a publicitar aún más nombrando a los innombrables, sólo viene a abonar mi particular teoría de que la fiesta del escondite, la mascarita y demás caretas ni es fiesta ni es nada... al menos a día de hoy, por más y por mucho que bordees la incorrección social y política si osas decir o escribir no más que lo que de hecho pueden ver todos los que tienen ojos en la cara y no los cierran ante la cruda realidad.

Puestos a ser más falsos que la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda, vayan mis felicitaciones para los adictos al disfraz y al ruido. Puestos a contar verdades, vaya de otro lado mi más sincero sentido pésame para todos los que tendrán que aguantar con cristiana resignación la matraquilla, no sólo en los lugares oficialmente designados para ello, sino incluso en medios de comunicación y por ahí. Paciencia... o salir a escape de esta pobre islita rica sin gobierno conocido, que es lo que más nos apetece a algunos durante estas fechas fatuas y frívolas.

En verdad les digo también que me interesa el carnaval tanto como nada, y justo por ello tanto me da que salga bien, mal... o peor, como dicen que ha sido el caso de todos estos últimos años en Arrecife. Lo que no termino de entender es que la gente se extrañe de que las últimas ediciones carnavaleras de estos primeros años del tercer milenio hayan sido, todas sin excepción, muy caóticas: el carnaval, por definición, es puro caos... y si encima se celebra en Arrecife, la caos-pital conejera, con más razón y motivo. Pero la gente sigue quejándose por las esquinas de este carnaval arrecifeño troceado, dividido, impersonal y ajeno, aunque no se me alcanza a entender tampoco qué personalidad propia puede tener algo que es mera imitación foránea, puritita importación cutre, tal que la gala de los travestidos y similares. No le pidamos peras al olmo ni duraznos a la rama de batatera. Éste es el carnaval "conejero" que queda: importado, impuesto e impostor. Por eso empiezan los lugareños a desertar del mismo, cada año un poco más. Por eso la "masa espectadora" es, preferentemente, peninsular o extranjera, por aquello de la novelería, que es vicio muy humano y fácilmente entendible.

A los carnavaleros de toda la vida no los engañan ni políticos ni medios de comunicación que hacen de mera caja de resonancia de aquéllos, pues distinguen como nadie el carnaval de la carnavalada. Pero es lógico que termine desembocando en mera carnavalada algo que es dirigido y manejado por los mismos políticos que llevan a Arrecife proa al marisco. Justo el mismo rumbo que lleva el carnaval capitalino, a decir de los entendidos en la festiva mascarada. Ese carnaval de Arrecife tiene ya tanto futuro, para mi gusto, como el pacto PIL-PSOE en su Ayuntamiento: ninguno. Le quedan dos telediarios. ([email protected]).

Xenófobo-bos
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