sábado. 20.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Si no tienes palabra ni sabes mantenerla no vales nada. Eres la negación de ti mismo. Dedícate entonces a la política. Vende humo, ahora que es buena época en estos tiempos tontos de vísperas electorales. Siempre habrá gente dispuesta a comprarlo. Siempre hay gente que vota. En Lanzarote, la isla más abstencionista de toda Canarias y con sobrada razón, cada vez menos. Pero todavía quedan ilusos a los que les ilusiona el voto.

Pero no culpes nunca, ni loco ni hartito de vino, al que vota, aunque él te insulte a ti por no hacerlo. Es su forma de entender la democracia. “Si haces como yo eres demócrata, si no, eres un apestado que no tienes derecho ni a opinar”, te repite el lince una y otra vez cargado de sinrazón. No se lo reproches. Tiene perfecto derecho a autoengañarse, a consolarse pensando que se soluciona algo votando a tirios o a troyanos (algún día entenderá que son la misma cosa, claro, pero ver esa evidencia les lleva a unos más tiempo que a otros). Él cree que las cosas cambiarán votando, aunque tampoco haya caído en la cuenta elemental de que lleva oyendo o repitiendo esa cantinela desde los albores democráticos y todo sigue igual... o peor.

Obvia el insulto o el desprecio que te dirige, mirándote por encima del hombro, el votante crédulo o interesado. Acepta su decisión y su ilusión con verdadero espíritu democrático, aunque sea el mismo espíritu que tú entiendes que les falta a los fundamentalistas del voto: los que andan convencidos de ese dogma de fe de que la democracia empieza y termina retratándose ante la urna, como el parroquiano de misa diaria que cree que con acudir a la iglesia ya es mejor cristiano y mejor persona que el vecino que sólo va una vez a la semana, y no digamos el que no va nunca. Es muy humano darle más importancia de la que tiene al simple ritual. Lo llevamos en la sangre, desde que bailábamos en las cavernas alrededor de la urna (del fuego, quise decir). ¿Acaso te molesta ver al niño entretenido con su juguete? Déjalo estar en su cómoda inopia infantil. No perturbes su dormidera.

Deja que te llamen irresponsable ellos, los que votan lo que tenemos y creen que para cambiarlo hay que ir a votar (la pescadilla que se muerde la cola). Aunque ahora te maree, a ti de chinijo también te gustaba dar vueltas como un bobo en los caballitos (tiovivo, en peninsular). Las aficiones infantiles también pueden entretener a los mayores, a los que se tienen por adultos.

Ya sé que no te convence la prosa de Vicente Verdú (a mí tampoco, pues deploro el vomitivo “spanglish” como el que más), pero a veces escribe párrafos atinados, como este último: “Bienvenida sea la grandiosa abstención andaluza del 63%. Cualquier representante íntegro abandonaría el cargo por falta de encargo nacional. Que mantengan sus puestos los revela como parásitos de la docilidad, la sumisión o la buena fe. Maldecidos y beneficiados por la indiferencia. Fantasmas burlones del sentido y la dignidad”.

Te repito las mismas preguntas, las mismitas, que te planteaba aquí hace unas semanas: ¿Te lo imaginas? ¿Te imaginas la bofetada sin manos más sonora y sonada? ¿Te los imaginas a ellos en la noche electoral, una vez hecho el recuento de votos, saliendo a decir por inercia que todos han ganado cuando todos han perdido la confianza de todo el pueblo que sólo ha acudido a votar -un suponer- en un 15%? ¿Te imaginas las risas? Échale imaginación. Es sólo un pequeño esfuerzo mental. Suéñalo. Atrévete, sólo por una noche. ¿Lo ves ahora? Placer de dioses, ¿verdad? ¿Y qué hace falta para que el sueño se haga realidad? Nada. No hay que hacer nada. Incluso menos que nada. Con no ir a votar, sueño cumplido. Sé valiente ante los valientes que te insultan porque no apoyas lo que no se merece apoyo electoral ninguno. Tú mismo. ([email protected]).

Vota y vete
Comentarios