sábado. 20.04.2024

Por Lorenzo Lemaur. Nacido en Agüimes y conejero de adopción

Reconozco que me gusta soñar. Puede que hasta lo haga de manera ilusa y hasta más de lo debido. Pero, qué quieren que les diga, es así. De mucho tiempo atrás, una fantasía que me ronda la cabeza está alrededor de mis ancestros. La verdad es que mis apellidos invitan a ello, o al menos yo me lo creo.

Mi primer apellido, Lemaur, es francés. Según me dice mi amiga Laura, catalana licenciada en filología francesa, Lemaur procede de la Francia cercana a Bélgica. Apellido que a Canarias lo trajo, desde Mallorca, mi abuelo Lorenzo Lemaur Fluxa. En cuanto a su etimología, según interpreta mi amiga Laura al documentarse en una página de Internet, Lemaur es un apellido procedente de la región francesa de Nord-Pas-de-Calais y de Bélgica. Según la citada web, parece que no existe duda de que procede de un apodo aplicado al que es muy pálido (blanco como un muerto). Pero también, según la misma web, puede provenir de todo lo contrario y ser una deformación de Lemore: Lemaur (negro como un moro). Para Laura es más probable la primera teoría. Sea como fuere, la procedencia del apellido que heredé de mi padre me sugiere la fantasía de una ascendencia de algún rey moro, o combatiente en cruzadas y esas cosas. ¡Sueños!

Mi segundo apellido, Santana, he oído que procede de los niños bautizados, sin padre conocido, en la Catedral de Santa Ana, en Las Palmas de Gran Canaria. Eso me hace fantasear con que, en algún momento lejano de mi genealogía, algún idílico antepasado quedara en el anonimato. Puede que un rey, un conquistador, un aventurero, un pirata. Fantasía, ¿verdad? Influencia de los muchos cuentos de príncipes y princesas que nos contaron de pequeño, ¡digo yo!

No ya fantasía, sino nostalgia, me provoca el verso “Voló, voló y voló”, de la ranchera “La Calandria”, que, según me ha contado muchas veces mi madre, me cantaba mi padre a modo de nana. Según mis padres me han dicho, tanto me acostumbré a aquella canción que cada noche le pedía a él que me la cantara cuando me metían en la cama. “¡Voló, voló!”. Así dice mi madre que balbuceaba yo de pequeñito para reclamar a mi padre que me cantara esa canción que, tras saberlo, se ha instalado en mi lista de cosas entrañables y preferidas.

“La Calandria” es una historia de desamor con la que, de algún modo, me siento identificado. Pero, de la misma forma que con las historias de desamor -ya sea desamor familiar, sentimental o social- me suelo sentir identificado, también lo es que, desde hace algún tiempo, he asimilado y asumido que “La Vida Es”. Pero del significado de esa frase, y del motivo por el cual escribo las tres palabras en mayúscula, les hablaré en la próxima entrega.

“Voló, voló,...”
Comentarios