jueves. 28.03.2024

Víctor Corcoba Herrero

Mientras una revista británica ve en Victoria Beckham un ejemplo para conseguirlo todo en la vida, otros divisan en los números sombras de nuestra propia vida cotidiana, por poner ejemplos actuales sobre la manera de catar la existencia. Sin duda, la audacia del guerrero juega su baza, unas veces haciéndose el idiota y otras siéndolo de verdad. Imagínese ese día en el que ya no hay más días para nosotros. Curiosamente, en ese laberinto de números, los violentos hacen sus cábalas. Y, bajo el mismo chismorreo, la furia del consumo nos quiere imponer un fanático modo de triunfar que hace del ser humano un verdadero figurín. Todos estos arrebatos que cimbrean sobre la vida y sobre la libertad del ser humano, han crecido sobre la mentira. Ni Victoria Beckham es un ideal, sino una persona con sus defectos y virtudes; ni tampoco los dígitos son nada sin el ser humano.

En todo caso, lo que viene pegando fuerte es el recurso de los incompetentes, los endemoniados dioses del poder, dispuestos a utilizar todo tipo de violencias para imponer sus imágenes. Si por lo menos utilizasen los espejos del arte para sus ocurrencias, en vez de los otros espejos, estoy seguro que, tanto las proposiciones matemáticas como las proposiciones de belleza, serían puro poema. En el fondo, todo este cúmulo de visiones tienen un denominador común: provocar desasosiego e incertidumbre.

Bajo el cheque del miedo se pierde todo crédito, ya uno no sabe lo que es ni lo que quiere ser, se ha quedado sin juicio para el discernimiento. Porque tan violencia es intentar modificar nuestro comportamiento como recluirnos a la nada. A los violentos les importa un rábano la vida, se crecen cuando generan conflictos. Son sembradores del terror, al que abonan con amenazas y chantajes. Liberarse de ellos no es fácil, exige una buena dosis de paciencia y templanza. Bajo sus redes, no hay justicia ni libertad. Para empezar, hay que negarle todo los apoyos. Partiendo de que la condición humana es propicia a imponer, a vestirse de odio, pienso que sería saludable cantar menos victorias sucias y, si hemos de contar con algo, que lo sea con una sonrisa limpia. A veces la tristeza nos puede y eso, igualmente, es malo; sobre todo para abrir nuevos caminos, que siempre los hay. El que ETA nos diga que puede seguir matando, también es más de lo mismo de siempre. Matar, y existen muchas formas de hacerlo en este mundo de guerras psicológicas, forma parte de la estirpe de los violentos. La cuestión pasa por no quedarse desganado y aquí me las den todas.

En este sentido, de no cruzarse de brazos viéndolas pasar, pienso que lo más acertado sería restaurar la verdad, considero que puede ser una manera de frenar esta perversa contienda, entre lo real e imaginario, que nos baña a diario, nada más poner los pies en el día. Lo más sensato sería tipificar los actos de violencia, bajo todas sus formas. Los generen quienes los generen. Hay que llamar al terrorista por su nombre. No confundir su juego diabólico, con la jugada de las motivaciones políticas e ideológicas. Asimismo, hay que llamar por su nombre a la tortura y, con los términos apropiados, a todas las formas de opresión y explotación del ser humano. ¿Por qué las mujeres han de parecerse a Victoria Beckham, por mucho que haya conseguido, si lo más importante es ser uno mismo? ¿Habrá mayor suplicio que, por decreto, uno tenga que imitar lo que es inimitable?

Considero, pues, que este interrogarse nos lo debemos hacer, no para declararnos en batalla contra los violentos, (llámese terrorismo, violación o ira, trepas del odio o víboras de la venganza), sino para ayudar al cambio de actitudes y de mentalidades, y para dar a la paz su oportunidad de ser algo más que un verso en la poesía. Nos merecemos, quizás antes que un alto al fuego, una crecida de amor. Me apunto a esto último.

Vivir para ver
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