sábado. 20.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Estando ya prácticamente en corta final de su largo y controvertido mandato presidencial; con la dama Ségolène y el caballero Sarkozy disputándose su poltrona del Eliseo, Jacques Chirac se ha descolgado con una especie de memorias, más bien una recopilación de entrevistas presentada con el vagamente pretencioso título novelesco de L'inconnu de L'Elysée - El desconocido del Eliseo. ¿Inconnu? Connu y bien connu, diría yo, pues bien que hemos tenido tiempo de ir calándolo durante su larga estancia en la presidencia, en la que no es, ni remotamente, oro todo lo que reluce: Como dice el refrán: A la vejez, viruelas, o hacerse revisionista de la Historia... de otros, y con bastante mala baba, por cierto.

Algunas afirmaciones vertidas en el citado libro sobre el descubrimiento de América constituyen una muestra típica de la corriente de pensamiento galo hacia la imagen de España y su Historia, según palabras del eminente hispanista Stanley G Payne, y con un cierto toque del resentimiento que en un país tan dado a contemplarse el ombligo crea el saberse con escasa participación en los acontecimientos históricos de América, añadiría yo.

Según el citado hispanista, los comentarios de Chirac brillan, pero no por su conocimiento de la Historia, mais au contraire; y lo hacen junto con prejuicios fundamentales de esta clase, que se remontan a siglos atrás en los altos niveles franceses. Tal vez por eso, el citado libro nos obsequie con una serie de perlas cultivadas que constituyen una visión muy persona, sesgada y torticera de la nuestra historia. Basten para cerciorarse de esto unos de botones de muestra.

“No fue Colón, sino los vikingos los que dieron con el nuevo continente”. Cierto, y eso es algo que ya sabía desde mis lejanos tiempos de estudiante de bachillerato. Los vikingos eran una tribu eminentemente conquistadora - que se lo pregunten, por ejemplo, a los sajones de la época - de curtidos navegantes siempre en busca de nuevas riquezas. En una de sus aventuras marítimas, corriendo el año 1000 d.C., Leif Eriksson dio con barcos y huestes en las costas de lo que hoy conocemos como Península del Labrador, en Canadá. Su permanencia allí fue corta y, citando en parte a Julio Cesar, llegaron, vieron... y se largaron. Difícilmente podría ese contacto esporádico llamarse descubrimiento. Al menos no en el sentido verdaderamente histórico que tuvo la gesta de Colón, casi cinco siglos después. Por cierto, al nuevo territorio los vikingos los llamaron Vinlandia, debido, al parecer, a la cantidad de vides silvestres que por allí crecían.

“Nunca admiré a las hordas llegadas a América para destruirla...” Como tampoco creo que admire a las hordas de sus compatriotas llegadas a África o al sudeste asiático, desde el siglo XVIII en adelante, y con idénticos propósitos. La memoria de la Guerra de los Siete Años y subsiguiente pérdida del Canadá francés - resulta fácil ir apoderándose del terreno que otros han desbrozado antes - tampoco debe ser grata al desconocido del Elíseo.

Para rematar la faena, nuestro ilustre desconocido fue invitado por el Gobierno Español a las celebraciones del V Centenario del Descubrimiento, a los que repuso que “para él, el Descubrimiento no fue un gran momento de la Historia”. Claro está que las carabelas de Colón navegaban bajo los pabellones de Castilla y Aragón. Si lo hubiesen hecho bajo la insignia de la Flor de Lys, tendríamos celebraciones gabachas hasta en la sopa y durante la tira de tiempo. Por lo que se ve, cuestión de resquemorcillos históricos de nada.

Y es que el exceso de chovinismo resulta algo cegador y a veces provoca incursiones en un delicado ridículo, que algunos se apresuran a publicar como memorias, o como venganza póstuma contra sus propios fantasmas políticos o vayan ustedes a saber qué. En algunas personas, el hecho de acumular trienios en la poltrona no significa que se gane en sabiduría ni en elegancia, pero si en tartufismo y en buenas dosis de maligno cinismo, cual parece ser el caso... y no solo allí. Decía Einstein que resulta más fácil romper un átomo que un prejuicio. Así pues, tómelo con calma, desconocido del Elíseo, y a disfrutar del retiro.

Vinlandia
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