jueves. 18.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Nuestra profesora de matemáticas en el Instituto Blas Cabrera Felipe, una tinerfeña morena de una belleza casi tan perfecta como una ecuación bien resuelta, escribió una vez en la negra pizarra con la blanca tiza la frase de Benjamín Franklin, un tipo que sí podía haber presumido sin empacho ni exageración alguna de saber de casi todo, pero es sabido que los grandes hombres son los más sencillos: “La vanidad es un mendigo que pide con tanta insistencia como la necesidad, pero mucho más insaciable”.

Los políticos no suelen tener excesiva vergüenza, como es triste fama. Y los que tienen alguna, la pierden definitivamente en tiempos de elecciones. Pero, entre todos esos linces de la sinvergonzonería, los hay más descarados que otros, a fe mía. Auténticos campeones de la vanidad. Pongo no más que un ejemplo a modo de válido botón de muestra. He leído ya en varias entrevistas impresas a un concreto candidato, pagado de sí mismo hasta decir basta, la misma cantinela de pasadas y pesadas elecciones. En un ejercicio de soberbia suprema, su estrategia oratoria es de este jaez: “El municipio X necesita a alguien capacitado, alguien honrado, alguien que lleve todo el municipio en la cabeza. Y si el pueblo X cree que yo soy esa persona, aceptaré ese encargo y me sacrificaré por ello”. Mira qué listo el sociolisto. No me invento nada. Las citadas son palabras textuales del presuntuoso de marras, muestra monumental de morros muy morrocotudos.

Balones al suelo, por caridad. Menos actitud despreciativa y más aptitud para la modestia, mozo. Menos descaro claramente despreciativo hacia el resto de candidatos o competidores ante las urnas. Menos posturas engreídas. Menos envaramiento altivo. Menos insolencia orgullosa. Más vergüenza torera, cristiano. Coja recortes de lo que dijo aquel romano ilustre: “Prefiero que me pregunten por qué falta mi estatua en Roma a que me pregunten por qué tengo yo estatua en Roma”.

En 2003, allá cuando las anteriores elecciones municipales, nuestro Castelar de andar por casa se hinchó a decir la misma misa y añadir idéntico sermón, que se puede condensar en lo que sigue: “El municipio X necesita al mejor hombre para estar al frente de la Alcaldía. Y si mis vecinos creen que yo soy esa persona, ahí estaré, al servicio de mi pueblo”. ¿Lo cogen? ¿Agarran ustedes el profundo mensaje y la elaboradísima indirecta? Como diría el gran Groucho Marx, “claro que lo entiendo. Hasta un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan a un niño de cinco años!”.

Ahora, de cara a los inminentes comicios locales de mayo de 2007, ya le he vuelto a leer y escuchar al candidato la misma matraquilla cada vez que le han puesto un micrófono delante del hocico. Una letanía que suele cerrar de esta guisa, no menos modesta: “Yo llevo el municipio en la cabeza”. Pero yo tengo para mí que no puede ser ni bueno para la salud de la persona humana, como diría Cantinflas, llevar tanto peso en la azotea.

Si la modestia es el verdadero talento de la sabiduría, como aseguraban los clásicos, estamos ante un candidato al que le sobra pose y le falta poso intelectual, para mi gusto.

No lo tome el caradura como una amenaza, pero sí le digo que si lo vuelvo a escuchar repitiendo como un loro ese simplón discurso de la vanidad elevada al cubo, habrá que señalar el pecado -como hacemos hoy- y añadir además nombre y apellidos del pecador, por engreído, envarado, presumido, despreciativo, presuntuoso, chulo, insolente, jactancioso, vanidoso, orgulloso, soberbio, inmodesto, fachentón... o fachento, por decirlo en canario. Prometido. ([email protected]).

Vanidad de vanidades
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