viernes. 19.04.2024

Víctor Corcoba Herrero

Después de quince primaveras de hablar mucho con muchos, de negociar sin temor a negociar, se ha producido el acercamiento. Nunca es tarde si la dicha es buena, que lo es en este caso. La globalizada familia humana, en voz de unos entusiastas representantes reunidos en la Oficina Central de Naciones Unidas, ha hecho valer su valor a la vida, abonando aire puro sin que nadie del globo se libre de este gravamen solidario, para la protección de los bosques del mundo. La historia con final feliz fue alcanzada, cuando del sueño se pasó a la realidad, después de que los delegados reunidos en el Foro sobre Bosques de las Naciones Unidas trabajasen a destajo con las herramientas de la mente y el corazón. Esa conjunción de buenas disposiciones, de concordar y consensuar latidos con ideas, me parece que es una buena manera de levantar el espíritu a nobles aspiraciones. Tanto es así, que es la primera vez que los Estados han llegado a un acuerdo a nivel internacional para la gestión forestal sostenible. Cunda el ejemplo, pues, y que sea esta estela poética, antorcha del pensamiento a cultivar y manantial del amor a cultivarse ¿Les parece? Hágase el examen de conciencia cada cual con cada suyo.

El portavoz del foro, Hans Hoogeveen, dio vivas al pacto, quizás pensando en lo que en su día dijo el escritor ruso Tolstoi, por si acaso todavía hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego. Lo describió, con más razón que un santo, como un logro de logros, “un logro excepcional” y dijo que introduce “un capítulo nuevo” en la dirección forestal. Ciertamente, hoy por hoy, tenemos sólo un planeta para compartir, lo que supone la responsabilidad humana de que debemos asegurar, para las generaciones venideras, su salud y mantenimiento. Puestos a poner de moda, yo abriría en cada pueblo, en medio del prado, la escuela de las flores de Gloria Fuertes, adonde van las flores y las abejas, amapolas y lirios, violetas pequeñas, campanillas azules, que, con el aire, suenan. Lo de entonar trinos siempre enternece. Que se lo digan a mayo florido y hermoso. O a los árboles del huerto machadiano, donde todavía es posible ver adormecerse a las negras encinas al son de una fuente de piedra. Sin duda, al pie del árbol brotan zumos, tan necesarios para vivir como vitales para amar.

Siendo tan necesaria la arboleda, y volviendo los ojos a nuestro propio ámbito, pienso que la sociedad española ha tenido poca consideración con los bosques. Las ciudades y los pueblos se han transformado hasta el extremo de no llegar a respetar ni las superficies protegidas. El ladrillo le ha ganado la batalla a los árboles. La falta de cuidado, dejadez y abandono, en la mayor parte de nuestros montes es bien palpable. Los principios de desarrollo sostenible, la multifuncionalidad de los montes, las estrategias y programas, se han quedado prendidas en el árbol de lo que pudo haber sido y no fue. Los montes están desarbolados y, en su lugar, han crecido castillos de cemento, enjambres adosados que le han declarado la guerra a lo verde. Sin miramientos, la acción del hombre, se ha cargado los ancestrales bosques -verdaderos monumentos a la vida-, hasta el punto de que, en la actualidad, son casi una especie a extinguir aquellos paraísos verdorosos que, en otro tiempo, fueron curativos mantos de esperanza; los espesos y pomposos montes cubiertos de matorral de origen natural como resultado de las poéticas vibraciones ecológicas de las estaciones de la vida.

A mi juicio, considero que los montes son de todos y, por ende, a todos nos incumbe su protección. No es responsabilidad de un pueblo, de una comunidad o de un Estado. En este sentido, creo que la Unión Europea debería tomar buena nota de este foro que apuesta por una política forestal internacional y, hacer lo propio, mediante activas políticas forestales comunes. Bien es sabido que la unión hace la fuerza. La contaminación, por ejemplo, es un producto del progreso global, que requiere soluciones globalizadas con urgencia, puesto que es la mayor amenaza para la futura supervivencia de nuestras masas forestales. Convendría que nos preguntásemos, antes de que sea demasiado tarde, ¿cuándo se van a cumplir los distintos acuerdos internacionales sobre reducción de emisión de contaminantes? La decisión de los países europeos de reducir sus emisiones en un 20 por ciento para el año 2020, en caso de que no pueda ser antes, debe ser de obligado cumplimiento. La situación no es para menos.

Desde luego, si queremos legar bosques en buen estado, el destierro de los agentes contaminantes ha de ser algo tan real como la vida misma. En la naturaleza, por desgracia, además proliferan los obreros de mal gusto en puestos de ejecución. Resultado: desorganización total, desorden en ordenación y planificación, restauraciones forestales que no siguen una planificación con criterios ecológicos... Todos estos despropósitos, y otros más, aparte de las incertidumbres que suelen generar, confieso que me producen un intenso pesimismo; un dolor grande de pensar que los bosques nos muestran sus brazos caídos, mientras el ser humano mira para otro lado como si no fuera con él esta historia. Si el futuro ya es algo común para la especie humana, la naturaleza es el espacio colectivo de presencias y presentes. Nos conviene, pues, conjuntar y conjugar acciones estéticas, antes de que nos abandone el verso, y pasemos todos a ser pasado de un orbe lleno de cenizas.

Una universal poética para una política forestal internacional
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