sábado. 20.04.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

Los cimientos de la necedad, madre de todos los males presentes, pasados y futuros, hacen tambalear el planeta. Convendría, mejor hoy que mañana, ponerse manos a la obra, plantar ética por los caminos de la vida y consensuar entre todos los caminantes aquellos bienes públicos mundiales. Un mundo libre de armas nucleares es tan preciso como necesario. La humanidad no puede ser víctima de si misma. No basta con hablar de desarme. Uno debe creer en la pacificación y trabajar para conseguirla. La paz no se universaliza de palabra, se extiende con la acción de la justicia y se expande humanizándonos. Precisamente, durante este mes de mayo, auspiciado por la ONU, se va a realizar un examen sobre el Tratado de la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP). Reflexionar siempre es saludable, sobre todo porque la paz es un edificio en construcción permanente, que exige diálogo y más diálogo universalista y universalizador. Resulta incomprensible y de necedad suma, que para asegurar la paz, se fabriquen más armas que nunca en lugar de escuelas.

Otra de las necedades, que también se debatirán durante este mes de mayo, propiciada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), versará sobre la dura realidad del trabajo infantil. Justamente este año se conmemoran diez años de la entrada en vigor del Convenio núm. 182 de la OIT sobre las peores formas de trabajo infantil. Quizás el movimiento mundial haya logrado algunos avances en cuanto a la reducción de la incidencia del trabajo infantil, pero apenas se percibe en un mundo donde la exclusión social vuelve a despuntar con el abono de la crisis. Sin duda, los niños y niñas más proclives a estar involucrados en el trabajo infantil son los que pertenecen a las familias más pobres o aquellos que provienen de zonas rurales. La OIT y sus socios propugnan un mundo en el que ningún chaval sea vea forzado a trabajar en detrimento de su salud y desarrollo. No obstante, como quiera que nos dirigen tantos vendavales insensatos, pienso que deberíamos prestar todavía una mayor vigilancia para llevar a buen término, y de forma contundente, la eliminación y prevención del bochornoso trabajo infantil.

La siembra de desatinos, disparates, despropósitos, simplezas, se entrometen a diario en nuestras vidas. Hasta el punto de convertir al propio ser humano en un mero objeto, o lo que es lo mismo, en un producto más de comercio. ¿Habrá bestialidad mayor? La vida económica se ha convertido en un cuerpo sin entrañas, en un absoluto. Ante esta realidad, el Comercio Justo, que también tiene su onomástica en mayo, plantea otro modelo de mundo, más humano, basado en la dignidad de las personas, en la igualdad entre hombres y mujeres y la protección del medio ambiente. Ciertamente, con cada compra que hacemos, elegimos el mundo que queremos. Sin duda, el comercio puede ser una herramienta fundamental para la reducción de la pobreza y para lograr un mayor desarrollo sostenible. Cuando se puede evitar un mal es necedad aceptarlo.

El mundo no puede seguir atrapado por la cultura de la necedad, debe pasar página y tomar como hoja de vida la cultura de la sensatez. Ya Sócrates en su tiempo pensó que en el origen de todo desorden humano encontramos la ignorancia. Hoy nada hay en el planeta tan común como la rudeza y los parlanchines. La cura de este dislate, fruto de una tosquedad activa, pasa por el injerto de una educación en valores y en valía. Pensamos que conocemos muchas cosas, pero en realidad son pocas, y a veces obviamos las esenciales, como crear saludables atmósferas de paz, de cuidados a la infancia y respeto a todo ser humano. Como dijo Machado, “todo lo que se ignora, se desprecia”. Lo cierto es que nos hemos vuelto despreciativos, hasta el extremo de despreciar el valor de la vida, el valor de las personas, el valor de los valores superiores de justicia y libertad.

Pienso que ha llegado el momento de liberar el planeta de la estupidez de los necios con gobierno en plaza. Por ello, estimo una postura inteligente que el Gobierno de China haya invitado a las Naciones Unidas a mostrar sus mejores prácticas para promocionar la paz y el desarrollo. “Una Tierra, una ONU”; unidos por un mundo más ingenioso, más vivo, más sagaz, más apto en actitudes humanas. Llevamos consigo tantas bancarrotas en cuanto a humanidad planetaria que el plan de rescate por el ser humano exige un liderazgo mundial. Nos hace falta una nueva manera de entender la vida y de caminar por ella. Por desgracia, esto no se enseña en las instituciones educativas, que es donde debería hacerse. Considero, pues, fundamental asegurar una educación que nos conduzca a una vida más feliz y templada. Porque, ciertamente, nos merecemos otra sabiduría que no entorpezca, ni cause tormentos, ni adoctrine, que nos permita conocernos y reconocernos, abrirnos y reabrirnos a un mundo sin armas, que respete a los niños, que no comercie con las personas. Ya está bien de servir la necedad como plato que repiten millones de bocas en un planeta de trapo. Que gobierne el alma del ingenio y el saber escuchar. Lo deseo de corazón para no quedarme sordo ante la riada de palabras necias.

Un mundo atrapado por la necedad
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