jueves. 25.04.2024

Lo que para muchos parece ser una mala noticia, a otros se nos antoja la mejor buena nueva, aunque venga propiciada por una amenaza terrorista: Se suspende la edición de este de la ahora llamada carrera Lisboa-Dakar, en la que nuevamente había presencia canaria y conejera. No hay mal que por bien no venga, como advierte el refranero, que también es más sabio por viejo que por refranero.

Ya en ediciones anteriores aparecieron noticias similares, aunque nunca terminaron de abortar la motorizada carrera de los países ricos por territorios míseros. De hecho, años atrás las crónicas ya venían hablando de que la amenaza terrorista hace cambiar el Dakar. Justo por eso se había modificado sobre la marcha el trazado de algunas etapas ante el riesgo de ataques terroristas. Pero también hay gente que se pregunta si no es terror también, y a veces incluso muerte (la carrera siempre ha provocado varias, y no sólo de pilotos), el que causa el desarrollo de esa avasalladora carrera sin sentido. No es chico ni manco el otro daño que consta que causan los fanfarrones que conducen hacia Dakar exhibiendo costosísimas maquinarias en medio del subdesarrollo, en esa carrera obscena en la que un montón de occidentales que no saben cómo tirar el dinero que les sobra se pasean y se pavonean por los desiertos de África, en medio de tanta pobreza.

Lo mejor que he leído al respecto de esa carrera ahora abortada lo escribió Carlos Toro en El Mundo, años atrás: “Disfrazado de magna competición deportiva, esta carrera ha sido desde el principio, y por encima de una epopeya humana y mecánica, un montaje comercial, un gran negocio. Al pueril, tramposo y embaucador reclamo de la palabra aventura en estos tiempos de escaso y desacreditado romanticismo, una poderosa organización se puso en marcha para exhibir en la pobreza de África toda la chatarra motorizada del mundo industrial y toda la policromía publicitaria de un sistema en el que la opulencia deriva en insulto tras haber supuesto una conquista. La carrera pasa envuelta en una nube de polvo y deja, en mitad de la miseria intacta y el silencio violado, un hedor a gasolina y un reguero de piezas calcinadas”. Y decenas de muertos que se han contabilizado ya, principalmente chinijos, casi todos negros y pobres. Total, una minucia. Vidas anónimas cuyas muertes no interesan a nadie.

Durante el largo y tortuoso recorrido por África, los pilotos suelen ser víctimas de trampas en el camino y de pedradas contra sus vehículos por parte de salvajes nativos. Salvajes que, a lo peor, hasta tienen también razones y motivos para molestarse o mosquearse por la no menos salvaje y ruidosa invasión de sus tierras. La prensa no suele explicar el motivo que lleva a los aborígenes a apedrear los coches, las motos y los camiones de los esforzados participantes. Puede que sea sólo por hacer la ruindad o por matar el tiempo. Pero a lo mejor no nos vendría mal que, de tarde en tarde, nos pusiéramos por un ratito en la piel y en la situación de los lugareños que a lo peor sólo tiran piedras a los vehículos porque no tienen dinero para armas más sofisticadas con las que defenderse. Hay algo a lo que llaman orgullo, dignidad y amor propio, y hasta los más pobres de la tierra pueden tener de eso, a falta de otras comodidades y de dinero para desperdiciarlo o quemarlo en gasolina o cualquier otro derivado del petróleo. El capricho de unos pocos privilegiados no justifica el desprecio a los que ya tienen bastante con no tener nada. ([email protected]).

Tinajo-Dakar
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