viernes. 29.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Pocas veces en un sistema democrático el líder de un partido en la oposición va a llegar al poder con menos esfuerzos gastados y menos méritos acumulados, y que genere menos ilusión en gran parte de la ciudadanía. Me estoy refiriendo a Mariano Rajoy. Podría servir de paradigma excepcional y por ello ser motivo de estudio en la ciencia política.

Que las encuestas vayan a favor de los populares se explica por la crisis económica, con la secuela más grave del paro, ante la que el Gobierno de Rodríguez Zapatero se está desangrando, ya que no sabe cómo abordarla ni atajarla. No tengo la pretensión ahora de detenerme en los orígenes, desarrollo y consecuencias de la crisis, porque ya se ha hablado bastante. Dicho lo cual, lo que parece incuestionable es que la crisis hubiera llegado independientemente del color del gobierno que hubiera estado. Como también que, mientras no se embriden a los mercados que marcan la hoja de ruta de clara inspiración neoliberal, las medidas para corregirla son muy reducidas, no muy diferentes de las que se han puesto en marcha. Mas para los ciudadanos los matices cuentan poco, lo que quieren es que la economía remonte, aumente el bienestar y el paro se reduzca. Y si un gobierno no sabe alcanzar estos objetivos, obviamente será castigado electoralmente y aunque sea a regañadientes busca otras alternativas.

Siendo tan dramática la situación económica, los españoles tenemos el derecho a conocer, por lo menos un esbozo, cuáles son las grandes líneas programáticas para salir de la crisis del líder del principal partido de la oposición. Hasta el momento se ha limitado de una manera sistemática a decir siempre que no a cualquier iniciativa del Gobierno de ZP, aunque las hubiera propuesto el mismo con anterioridad. Da igual si era la reforma de las pensiones, de las cajas de ahorro, de las prestaciones del desempleo o de políticas de ajustes fiscales. Lo que si sabemos son cuatro generalidades, edulcoradas con las conocidas rebajas de impuestos, reducción del gasto público y cierta dosis de austeridad. También nos bombardean con el “ya sacaron al país de la crisis en 1996”, sin entrar en más profundidades, cuando ellos saben muy bien las enormes diferencias entre la situación de aquel año y la actual. Merece la pena detenerse un poco en la política económica puesta en marcha por los populares entre 1996-2004, dirigida por el superministro Rodrigo Rato. Nos la presentan como si hubiera sido un milagro, una especie de multiplicación de los panes y los peces, de mucha mayor envergadura que el llevado a cabo en los años 30 del siglo pasado por el presidente norteamericano Roosevelt. Cuando los populares llegaron al poder en 1996 la recuperación estaba en marcha, coincidiendo con un excelente momento de la economía internacional, por lo que la tarea era más fácil. Las tasas de crecimiento económico español en este período se explican por: tipos de interés reales negativos, precios bajos de la energía y materias primas, estímulo masivo de las operaciones especulativas, una burbuja inmobiliaria progresiva que los equipos económicos de Aznar se negaron a controlar, corrupción municipal y cientos de miles de empleos precarios.

Además de los 8.000 millones de euros de ayuda anuales provenientes de la Unión Europea, casi el 1% del PIB anual español, conseguidos por el pedigüeño Felipe González; y del producto de las privatizaciones, unos 40.000 millones de euros. Así es fácil, era mucho más fácil cumplir las condiciones del Tratado de Maastricht para entrar en la Unión Monetaria, con la inflación controlada, déficit presupuestario inferior al 3% y deuda por debajo del 60% del PIB. Por tanto de milagro, nada. La coyuntura económica iba de cara y lo que hizo el señor Rato no fue otra cosa que seguir la corriente. Por ende, esa idea de taumaturgo de las finanzas habría que ponerla cuando menos en cuestión. También parece oportuno recordar la actuación de Rato al frente del Fondo Monetario Internacional de 2004 a 2007, período en el que se estuvo incubando la crisis económica más traumática de 100 años acá. Y por un informe de la Oficina de Evaluación del F.M.I., una especie de auditoría, recientemente presentada su figura sale fuertemente cuestionada ya que durante su mandato se cometieron todo un conjunto de errores, a cual de ellos más grave: análisis deficientes, obstáculos dentro de la organización, problemas de gobernanza y, sobre todo, “limitaciones políticas”–, todos ellos impidieron ver la recesión que se avecinaba, y que de haberla previsto se podría haber frenado o atenuado la crisis.

Retornando a las alternativas económicas de los populares, cuando han presentado alguna han dado muestras de gran incoherencia. Vamos a verlo. Rajoy ha ido estableciendo en los últimos años algunos posibles modelos económicos a imitar. Y los ha ido modificando sobre la marcha. Antes de las elecciones de 2008 era el de la Irlanda que crecía por encima del 4%. Cuando el milagro irlandés entró en recesión, se olvidó. Poco después, fue el de la Francia de Nicolás Sarkozy, mas cuando empezó a hablar de "reinventar el capitalismo", con un intervencionismo fuerte para salir de la crisis e incluso planteando un nuevo impuesto para las grandes fortunas, dejó de interesar. Llegó el de la canciller Ángela Merkel, cuando hizo propuestas de bajadas de impuestos en plena campaña. Después llegó la crisis griega, y como la Merkel, lejos de bajar impuestos, subió algunos -sobre todo uno a las eléctricas sobre la energía nuclear, sobrevino un nuevo olvido. Apareció el de la Inglaterra de David Cameron, pero al comprobar que los durísimos recortes planteados en ese país -500.000 funcionarios menos y tasas universitarias triplicadas- provocaban críticas en España, Rajoy empezó a citar menos a Cameron. El auténtico modelo europeo del PP está, por tanto, aún por fijar. ¿Cuál es su modelo? Deberíamos conocerlo. De momento lo ignoramos, no sabemos si es porque no lo tienen, o si lo tienen permanece oculto en alguna carpeta de algún disco duro de algún ordenador de la calle Génova, que por su dureza no se atreven a darlo a conocer. Por ende, la política económica de los populares no es como para generar gran confianza.

Pero es que además hay otra circunstancia, no menos grave, que debería hacernos reflexionar a todos los ciudadanos medianamente interesados por la cosa pública, a la hora de depositar nuestra confianza en los populares. De verdad, nos debería de preocupar profundamente que pueda llegar a la Moncloa el líder de un partido político, incurso hasta las mismas entrañas en delitos de corrupción, en el que el mismo tesorero, según la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua “Persona encargada de custodiar y distribuir los caudales de una dependencia pública o particular”. tuviera que presentar la dimisión y que tenía el despacho en la misma sede de calle Génova, pared con pared con el de Mariano Rajoy. Como también el que haya sido nombrado candidato a la presidencia de su comunidad un político, al que el fiscal le acaba de acusar de recibir unos regalos constitutivos de delitos continuados de cohecho, previstos en los artículos 426 y 74 del Código Penal y que ha establecido la siguiente petición de pena: multa de 5 meses y 15 días con una cuota diaria de 250 euros, lo que da un total de 41.250 euros. Mientras que ocurren los casos anteriormente mencionados, en el colmo del cinismo y de la desvergüenza nos acabamos de enterar que el PP acaba de difundir entre los miembros de su dirección y las organizaciones regionales el borrador del programa marco para las elecciones autonómicas y locales de mayo, y que en el un último apartado, titulado "Regeneración", plantea medidas muy contundentes contra la corrupción. Según señala “La lucha contra la corrupción se convierte en uno de los pilares principales del PP, ya que la legitimidad del sistema democrático no puede quedar en entredicho por actitudes permisivas, indolentes o exculpatorias ante la gravedad de determinados comportamientos”. “Es necesario reformar el Código Penal, endureciendo las medidas penales contra los delitos de corrupción”. De verdad, leer estas líneas programáticas anticorrupción, cuando al mismo tiempo se acaba de confirmar la candidatura de Camps, es una falta de respeto y una tomadura de pelo a la ciudadanía española. Si los dirigentes populares actúan así es porque saben que la corrupción en este nuestro querido país no tiene ninguna incidencia negativa a nivel electoral. Y lamentablemente no andan descabellados en esta apreciación. Y si se ha llegado a esta situación, puede que sea porque esta sociedad anda totalmente desnortada, como si no tuviera muy claros los auténticos valores éticos, ya que parece moverse por motivaciones estrictamente económicas.

Como conclusión, es entendible la nula ilusión que transmite la figura de Mariano Rajoy y que, de no producirse un cambio radical, será el próximo inquilino de la Moncloa. Al final será verdad que “tenemos los políticos que nos merecemos”.

¿Tenemos los políticos que nos merecemos?
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