viernes. 29.03.2024

Sabemos que la unión hace la fuerza, mientras la desavenencia nos debilita; pero, aún así, hacemos bien poco para acrecentar la comprensión y el entendimiento. Únicamente en un mundo despojado de intereses, donde lo único que prevalezca entre sus moradores sea la verdad, es posible unirse. De nada servirá trazar objetivos, si luego cada cual hace lo que mejor le venga en gana. Olvidamos que los compromisos se adquieren para llevarlos a buen término. No podemos seguir abandonándonos al relativismo y al escepticismo, hemos de trabajar mucho más por ser ingeniosos de la certeza, que es la única que nos va a imprimir esa libertad que ansiamos, y que se halla dentro de la verdad misma. Con razón, el ser humano por sí mismo, tiene su propio pensamiento al servicio de la conciencia. No está bien que sea zarandeado aquí y allá por adoctrinamientos absurdos, por engaños que nos reinventan como necios fanáticos. Cada cual debe de ser considerado como es. Ahora bien, hay que dejarle que libremente halle una respuesta a quién es y por qué vive.

La política no está para aborregarnos ni para hacer espectáculo; está para que dialoguemos limpiamente, para actuar con claridad en la exposición de los problemas y en la existencia de medios para resolverlos. Ya se sabe, la verdad no está de parte de quién vocifere más, sino dentro de uno mismo. Lo malo es cuando nos instruyen y nos eclipsan con apariencias emocionantes. El caso más reciente lo tenemos en la madre patria, expresión especialmente popular en Hispanoamérica para referirse a España, que tras el primer año de las elecciones del cambio en los Ayuntamientos, la realidad de aquellas promesas por parte de los partidos populistas, rebosa de irresponsabilidades, entre ellas el número de desahucios, una de sus grandes promesas electorales, sobre todo en Madrid, Barcelona o Valencia. Lo mismo sucede con activar la creación de oportunidades de empleo y la mejora de las condiciones laborales en el mundo. Algo que debiera ser prioritario, no lo es, y esto es una gran desgracia, pues activando el trabajo que, por otra parte, es tanto un derecho como un deber, se protege a las personas. La misma situación de los migrantes en el entorno que, es cuna de la cultura occidental, no sólo supone una crisis humanitaria, sino también un incumplimiento a la propia razón de ser de la Unión Europea. Podríamos seguir ofreciendo más testimonios de incongruencia, fruto de una falsedad galopante que, aunque es tan antigua como el árbol del Edén, en esta reciente época nos sobrepasa por su permanente malicia.

En efecto, los gobiernos deberían tener una acción más poderosa de servicio auténtico, de generosidad y desprendimiento verdadero. No se trata de aglutinar el poder por el poder, sino de servir a la ciudadanía que les ha elegido por sus programas, por sus proposiciones que debieran de ser sinceras. Ya está bien de inventar todo género de malicia y de engaños con tal de aumentar el poderío para endiosarse, la riqueza para sentirse autosuficientes, la vanidad para hallarse grande y, al final, el orgullo y la soberbia para excluirnos unos a otros, en vez de volvernos una piña. En ocasiones, parece que estamos predestinados para ingerir de un sorbo los disfraces que nos adulan; sin embargo, es la autenticidad la que nos hace reencontrarnos con la verdad muchas veces amarga. Indudablemente, la sociedad debe estar siempre en guardia, con el deber permanente de escrutar a fondo los acontecimientos, y así poder darles tramitación con la sabiduría colectiva, para que ninguna persona quede a los márgenes.

Esta semana el mundo hablará de buenos propósitos, a través de la Cumbre Humanitaria Mundial, en el que uno de los temas a discutir será cómo llevar ayuda de manera más rápida y eficiente a la gente que más lo necesita. Justo llega este encuentro en un momento difícil, donde la clase media y las burocracias han perdido la ilusión, y vemos un ascenso de los llamados partidos populistas de los que nadie parece fiarse. Todo esto genera conflictos humanos que jamás deben resolverse con la violencia, pues el recurso a las armas para solventar las controversias representa siempre un fracaso de la razón y de la gente. La unión tiene que ser posible, ha de ser posible, cuando menos para auxiliar a esos ciento veinticinco millones de personas, entre refugiados, desplazados y personas que precisan apoyo debido al hambre producida por condiciones climáticas, necesitados de asistencia humanitaria inmediata en el mundo, según datos de Naciones Unidas.

En cualquier caso; yo soy de los que reflexionan que sin memoria, nada somos; y que, sin responsabilidad, tal vez no merezcamos ni vivir. Necesitamos, en verdad, ser responsables con nuestra identidad, pero también con nuestro natural linaje. El precio de la grandeza de una especie, precisamente, radica en la exigencia con uno mismo y con los demás. Por muchos encuentros que propiciemos, de nada servirán los abrazos, ni las palabras vertidas, si luego nada cambia para los millones de seres humanos atrapados en situaciones de crisis, a menos que los líderes políticos muestren la voluntad de evitar y prevenir estos crueles escenarios. Yo pienso, por tanto, que nuestra primera obligación como humanos, es prevenir y poner fin a los conflictos. O sea, hay que desarmarse, y hablar más con el corazón, que es donde radica la genuina veracidad. Otra de las obligaciones es el respeto. Quienes violen los derechos humanos y las leyes internacionales humanitarias, han de rendir cuentas. Asimismo, debemos con urgencia poner en práctica que ningún ciudadano quede al margen de nada, ni de nadie. Todos nos merecemos un sitio en el mundo; una planeta concebido para todos y para nadie en particular. Por eso, hay que invertir en humanidad, lo que significa aumentar los fondos no sólo para las respuestas, también para la reducción de riesgos y la construcción de la paz.

Ciertamente, podemos trabajar con un enfoque diferente para poner fin a las necesidades, pero siempre lo hemos de hacer en alianza. Quizás, hoy más que nunca, se precise poner en marcha un gran proyecto de cooperación política y económica mundial, máxime cuando el egoísmo todo lo invade, haciendo que hasta los propios gobernantes muchas veces antepongan su éxito personal a su responsabilidad social. Bajo este afán cooperante como apuesta de futuro, los países también deben actuar ahora para impulsar el crecimiento y afianzar la capacidad de resistencia, pero también han de estar preparados para actuar juntos, y así poder esquivar los riesgos mundiales. Es necesario, en consecuencia, que todos, ciudadanía y líderes que tienen en sus manos el destino de los pueblos, amen profundamente la evidencia. Solo así la concordia se hará patente y la conciliación, el acercamiento de unos y de otros, se convertirá en una franca realidad. Al fin y al cabo, la verdad siempre llega, es cuestión de paciencia. O si quieren de tiempo. Por eso, llegará el día en que la unión habrá tomado naturaleza de guía. No hay que desfallecer. Como dijo la mística del verso, Teresa: "La paciencia todo lo alcanza". A lo que yo añadiría, y la persistencia todo lo emblandece. De verdad, digan la verdad. Cuesta nada. Además, de que lo verdadero, sea siempre sencillo.

Sólo en la verdad es posible la unión
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