viernes. 19.04.2024

El miércoles por la noche se paró el tiempo en la Cueva de Los Verdes. En su interior, medio millar de personas se encontraron para celebrar la vida. Ellos no sabían que bajaban a las profundidades de la tierra para semejante propósito, ellos acudían a un concierto de Joan Manuel Serrat.

Minutos antes de que comenzase la actuación, una caravana tranquila de coches iluminaba la carretera de Órzola hacia la cueva. Una vez allí, como si de un ritual se tratase, los asistentes, vestidos con sus mejores galas, descendieron en fila de dos por los estrechos pasadizos del jameo volcánico, hasta alcanzar el auditorio de roca. Serrat y Millares avanzaron entre el público hasta el pequeño escenario, en medio de los aplausos. Y, sin presentación alguna, comenzó el concierto con “Menos tu vientre”, que el artista interpretó solo, únicamente acompañado por su guitarra. Enlazó con “Mediterráneo” y se le sumó su amigo y pianista, Ricard Millares.

El cantautor catalán expresó a los presentes su extrañeza por la ubicación del escenario. Dijo que esa noche echaba de menos a su perro, al que llama cariñosamente “llampuga” por su parecido con el pez de ese nombre, ya que tiene los ojos muy atrás y eso le permite tener una visión lateral privilegiada. Efectivamente, el escenario estaba situado de forma que frente a él tenía sentado a un reducido grupo de personas, pero la gran mayoría del público se encontraba en los laterales.

Aquel defecto de forma no impidió que el artista se alegrase de actuar en un lugar tan “maravilloso” como la Cueva de Los Verdes y agradeció a los asistentes que hubiesen bajado “a las profundidades, como Dante”. El infierno, dijo, es el lugar natural de los músicos y “aquí nos sentimos como en casa”.

Llegó “Una mujer desnuda”, “Porque te quiero a ti”, “Tu nombre me sabe a hierba”, “Esos pequeños locos bajitos”, “Señora”... una canción que no cantaba desde hace muchos años, admitió riéndose de sí mismo, desde que dejó de sentirse protagonista de la historia. La “señora” en cuestión es la madre de su chica y el protagonista es un “soñador de pelo largo”. Esto le dio pie a hablar de las hijas, de los que rondan a las hijas, del “polvo de estrellas” en sus ojos, de experimentar un cierto sentido de vida, de especie, de armonía con lo que nos rodea... Y llegó el brindis. “Un brindis por la vida, por cada uno de ustedes, por el maestro, por Ronaldinho... por todas aquellas cosas que nos hacen la vida mejor”.

Hasta ese momento yo había estado tomando notas (a oscuras) en un cuaderno que llevé conmigo al concierto porque sabía que, habiendo asistido al evento, al día siguiente me encargarían la crónica. Pero a partir de ese momento dejé de escribir. Era tal el clima de intimidad que se había creado en aquella cueva, que llegué a sentirme una intrusa, como si mis anotaciones fuesen una traición a la felicidad que todos estábamos compartiendo en aquel espacio fuera del tiempo. Y sin embargo, esa pausa no estaba fuera del mundo, sino imbuida en su mismo meollo. Las canciones de Serrat y la música de Millares nos conectaron con aquello que nos es común a todos los seres humanos, y a algunos se nos saltaron las lágrimas. “Me gusta todo de ti”, “Cantares”, “Penélope”, “Canción del ladrón”, “Ay, amor, sin ti no entiendo el despertar...”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, “Hoy puede ser un gran día”...

Con “Disculpe el señor” mi cabeza se llenó con las imágenes de los inmigrantes llegando en cayucos a las orillas de las playas canarias... “Disculpe el señor, se nos llenó de pobres el recibidor, y no paran de llegar, desde la retaguardia, por tierra y por mar... ¿Quiere usted que llame a un guardia y que revise si tienen en regla sus papeles de pobre...? ¿O mejor les digo como el señor dice: "Bien me quieres, bien te quiero, no me toques el dinero...? Disculpe el señor pero este asunto va de mal en peor. Vienen a millones y curiosamente, vienen todos hacia aquí. Traté de contenerles pero ya ve, han dado con su paradero. Estos son los pobres de los que le hablé... Le dejo con los caballeros y entiéndase usted... Si no manda otra cosa, me retiraré. Si me necesita, llame... Que Dios le inspire o que Dios le ampare, que esos no se han enterado que Carlos Marx está muerto y enterrado...”. Luego pensé en la alcaldesa de Arrecife, que estaba entre el público, y me pregunté cómo se enfrentaría al asunto de la inmigración después de haber escuchado esa canción. Si cambiaría en algo su percepción de la situación, o no...

Serrat parecía contento, relajado, a gusto, feliz de pasar una noche con todos nosotros y con su amigo Ricard. Si pudiese hacerle una sola pregunta sería: ¿Sintió usted lo mismo que yo anoche?

Serrat detiene el tiempo en la Cueva de Los Verdes
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