viernes. 29.03.2024

Se siguen quedando muchas vidas en las carreteras lanzaroteñas. Lo vemos -o lo leemos- de una forma tan periódica y habitual que ya casi ni le prestamos mayor atención, porque a toda rutina, incluso a la más mortal, nos acabamos acostumbrando todos (tenemos el otro ejemplo de las arribadas de pateras o cayucos, que de tan repetidas ya apenas generan interés en los lectores, como se puede constatar fácilmente con las entradas de los mismos a las páginas digitales de los diarios). Este pasado fin de semana las carreteras de la isla se cobraban otra víctima, en esta ocasión en la persona de un conocido y muy apreciado maestro de escuela, que contaba apenas 50 años de edad. Y suma y sigue en esa casi infinita lista o ristra de víctimas mortales sobre el asfalto.

Escribía este martes el corresponsal en Canarias del diario El País, Juan Manuel Pardellas, que “nuestras carreteras están tan abandonadas que parecen olvidadas a propósito para filmar un documental sobre la segunda gran guerra, con más boquetes que neuronas en nuestros gobernantes. Los márgenes de estos lodazales cubiertos con un asfalto que se hundirá al paso del próximo camión cargado de bloques, son un erial, sin ajardinar, llenos de obras, plásticos, hierba, piedras y todo tipo de objetos que se puedan lanzar indiscriminadamente desde las ventanillas: cigarrillos, papeles, latas, botellas, neveras...” Eso en Tenerife, porque en Lanzarote la situación de las carreteras es peor aún... por no hablar de las señalizaciones de las mismas, que en no pocas ocasiones brillan más por su ausencia que por su presencia, incluso en municipios tan eminentemente turísticos como el de Tías, donde esa carencia todavía es muchísimo más clamorosa.

Va acabando el verano de 2007 y no puede decirse que la entrada en vigor del más que polémico carnet por puntos haya obrado el milagro de reducir en gran medida la mortalidad en carretera. Antes al contrario, como hemos podido leer estos días en las cuentas y las estadísticas que se han publicado en la prensa nacional. Cualquier diría, con respecto a esa medida gubernamental sin duda bien intencionada (otra cosa son los resultados finales en la práctica, porque también el Infierno está lleno a rebosar de buenas intenciones) aquello que cantaba la copla popular de que “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios”. Y es que, pese al bombo y platillo político y mediático que se le concedió a la iniciativa, es lo cierto que no ha dado finalmente los resultados apetecidos o buscados por la Dirección General de Tráfico. Lo pareció en los primeros meses desde que se implantó esa nueva normativa de tráfico, pero se ha visto este mismo año, primero con motivo de la Semana Santa de 2007 y ahora con la denominada operación retorno de agosto, que al final las cifras de muertes en carretera siguen siendo igual de alarmantes, e incluso peores que en inmediatos años precedentes.

Empieza a dudarse de la efectividad de la mencionada medida coercitiva, y no está tan claro si la gran culpa de ese fenómeno, como muchos nos temíamos de antemano, no habrá que achacársela, aparte de a los conductores desaprensivos (eso por descontado), al evidente mal estado de las carreteras en nuestro país en general, en Canarias en particular y en Lanzarote muy en concreto. Nuestra isla, ciertamente, es otro cantar. Aquí las macabras cifras de muertes en el asfalto siguen en aumento. Todo ello sin olvidar que Lanzarote ha visto cómo en apenas unos años su parque automovilístico ha crecido desmesuradamente. Ese incremento ha ido parejo al de la población isleña pero no a los servicios de transportes alternativos a los que ésta puede acceder, pues ahí sólo cabe hablar de clamorosas carencias, ante la total e insultante indiferencia política.

¿Cuántas vidas humanas se han cobrado la carretera sólo en los últimos veinte años en nuestra isla? ¿Cuántos jóvenes han dejado su juventud sobre el negro asfalto? El resultado final de esa amarga suma produce auténtico vértigo. Consta estadísticamente que en Lanzarote se viene dando en los últimos tiempos el mayor registro de muertes en accidentes de tráfico de toda España. No es una exageración. Así lo han constatado en los últimos años las frías -y dramáticas, en este caso- estadísticas. Tiene su lógica: a más número de coches circulando por las pésimas vías conejeras, más número de accidentes y de trágicas muertes o traumáticas lesiones. ¿A quién, o a quienes, le arrimamos la culpa? Los conductores, en no pocas ocasiones, llevan su gran parte de responsabilidad, sobre todo cuando es la irresponsabilidad al volante la que los guía. Pero el mencionado mal estado de las carreteras, así como las escasas dotaciones o los problemas que sabemos que Tráfico tiene en Lanzarote, también se llevan su parte alícuota de culpa. Hora va siendo, entonces, de que todos pongan -o pongamos- algo de nuestra parte para cambiar ese evidente mal estado de cosas. Nos va en ello muchas vidas.

SANGRE EN LA CARRETERA
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