Agosto de las Fiestas de San Ginés. Unas Fiestas no añoradas ya que no es
verdad el dicho popular de que todo tiempo pasado fue mejor, pero si con
una historia que conviene recordar.
No es posible reconstruir ni el ambiente ni los medios, ni siquiera la
mentalidad tan diferente a la actual. Sería absurdo intentar reconstruir
unas fiestas desarrolladas alrededor de un quiosco ya desaparecido, igual
que la entrañable Recova, por la falta de cultura histórica y un afán de
modernismo ridículo.
Los alrededores del quiosco, sólo durante dos o tres días, se poblaban de
ruletas, casa de curiel, ventorrillos de lonas y ramas de palmeras y de
pestilentes lámparas de carburo, rematadas con unas casi instantáneas
ruedas de fuegos artificiales.
Pero con un nuevo quiosco, que ya no tiene la sombra de don Juan y sus
bigotes blancos, ni la de doña Teodora con su reglamentario pañuelo negro;
que ya no huele a ron y a bronco vino del país, se podría escenificar,
aunque sea por un día, aquellas fiestas, no mejores, pero sí de
autenticidad histórica.
La construcción de unas ruletas como aquellas, con gallos y gatos de
blanca escayola, picos y crestas encarnados y rayas negras imitando
bigotes; ruletas que, se decía, que en los premios más sustanciosos, el
clavo estaba unos milímetros más a dentro para que el trozo de ballenas
arrancado de un viejo corsé, siguiera de largo o que el curiel, mezcla de
rata y conejo, estaba amaestrado o estimulado para que entrara por la
puerta que albergaba el premio de menos valor; unas cajas pintadas de azul
de la turronera; unas lámparas de carburo, que seguramente alguien
guardará como una reliquia y un ventorrillo de lonas y remos, enramados y
en el que la cuarterola de vino sería la reina, pudiera ser lo que hoy se
denomina un stand, yo diría escaparate, de cómo fueron aquellas casi
prehistóricas fiestas.
Si en esa incipiente escuela de carpinteros de ribera y calafateadores se
construyera una de aquellas airosas “lanchas costeras”, que con el tiempo
pasaría a engrosar el necesario Museo del Mar, con una regata desde los
puentes al maltratado Islote de la Fermina, de unos botes o barquillos a
remo y la cucaña con el palo ensebado, completaría el traer a nuestros
días lo que fueran las Fiestas de San Ginés, que no “Los Sangineles”.
Antonio Lorenzo Martín, Cronista Oficial de Arrecife