viernes. 29.03.2024

Víctor Corcoba Herrero

Me pregunto al ver esa multitud que sale en procesión, o que se acerca a las procesiones, que se afanan en multiplicarlas para contrarrestar a los que quieren eliminarlas, que de todo hay en la viña del Señor, si realmente siguen a Jesús en el camino de su pasión, extendiendo la mirada a todos los que hoy sufren en el mundo. Quizás haya que retornar a la autenticidad de lo que representa procesionar las imágenes, para que despertemos del letargo, de la dureza del corazón que muestran algunos frente a tantos desconsuelos.

No me cuadra este espíritu mundano que me entra por los ojos en cualquier esquina, insensible cien por cien, incapaz de ayudar a sobrellevar la cruz a los que en la cruz viven, por méritos propios o porque la misma sociedad se la ha endosado, que no se gasta y se desgasta todas sus energías en confraternizar clases sociales, jerarquías, etnias y razas, religiones y políticas. Amando, en verdad, a ese Jesús que procesiona, que también se sintió abandonado, encontraremos el motivo y la fuerza para no huir de los crucificados del mundo actual, sino para aceptarles y tenderles una mano de consuelo.

Hasta el amor para que sea auténtico hay que vivirlo intensamente, debe costarnos y debe producirnos afanes y desvelos. Volver a la autenticidad de un Jesús que vive en nosotros, en lo más profundo de cada ser humano, puede ayudarnos a comprender mejor ese costado traspasado del Redentor, fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su indescriptible amor. La advertencia del Beato Angélico que “para pintar a Cristo, hace falta vivir con Cristo”; tal vez, de igual modo, para procesionar a Cristo haga falta vivir con Cristo.

Pienso que, si profundizamos en las pasiones que soporta el mundo de hoy, se puede comprender, inclusive sin tener que recurrir a la fe, que el Dios que asumió el rostro humano, el Dios que se encarnó, que tiene el nombre de Jesucristo y que sufrió por nosotros, ese Dios es necesario para todos, para los semananteros y para los que no lo son, para el mundo cofrade y para ese otro mundo que descansa en la playa o montaña. Es la única respuesta a todos los desafíos de este tiempo, frente al calvario cultural relativista que nos ciñe cada vez más, alejándonos de ese Cristo que es realmente aquél a quien espera el corazón humano.

Retorno a la autenticidad
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