sábado. 20.04.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Todos los acontecimientos que están sucediendo estos últimos días en la mismas entrañas del Partido Popular van a quedar como inolvidables, tanto para sus correligionarios, como para sus adversarios. Para contar todo lo ocurrido haría falta una buena pluma, porque si un día surge algo insospechado, el día siguiente supera al anterior. Conviene hacer un poco de memoria. Los dirigentes populares argumentaron al principio que todo era producto de una confabulación maquiavélico-rubalcalesca, con el indigno propósito de ocultar la crisis económica. Llegaron a hablar de los Torquemadas del siglo XXI. Ellos no eran culpables de nada, ya que siempre alardeaban y lo siguen haciendo, de ser un dechado de integridad ético-política. Ellos no eran como los socialistas, manchados con lacerantes y penosas tramas de corrupción. Mas la verdad desagradable asoma, y comenzó a salir toda la podredumbre, cual si fuera una profunda ciénaga, en la que estaban implicados más y más diputados, concejales, y diferentes cargos institucionales populares…. Desde determinados medios de comunicación vinculados a la Divina empezaron a jalearla por su contundencia a la hora de tomar medidas contra la trama gurtesca, en contraste con la pusilanimidad marianista. Que en su organización en la Comunidad de Madrid hubiera tanta putrefacción, cabe pensar que algo de responsabilidad debería recaer en su máxima dirigente. Qué pocas críticas hicieron también, y qué pronto consiguieron correr un tupido velo para ocultar los turbios procedimientos usados para alcanzar la Presidencia de la Comunidad en 2003, cargando todas las tintas en los diputados socialistas Tamayo y Sáez, sin tener en cuenta el ¿Cui prodest? Obviamente éstos no están libres de culpa, más si alguien se vende es porque alguien les compra. Y si no se hubiera producido esta circunstancia en aquel año el Presidente hubiera sido Simancas. ¿Podremos conocer alguna vez qué altos intereses urbanísticos había detrás de estos hechos? Aquí tiene trabajo ingente el paradigma del periodismo de investigación. Esta señora sale siempre indemne, está por encima del bien y del mal. Toda una virtud. Si me he detenido con cierta amplitud en la Divina, es porque, ambiciosa que lo es, pienso que no ha dicho todavía su última palabra para tomar las riendas del PP. Por cierto, la ambición no es un defecto, sino virtud, cuando hay equilibrio entre ella y el que la siente. Cuando detrás de la ambición sólo se encuentra vulgaridad, resulta grotesca. No se da por vencida, porque es una mujer de raza, que tiene muy claro que la política es una batalla continua, en la que no hay que tener miedo a los golpes que se reciben, ni tampoco a devolverlos con la mayor violencia cuando llega el caso.

Las actuaciones de otros dirigentes populares han rozado el esperpento. Entre ellas, cabría destacar las palabras de Arenas: En el partido no hay financiación ilegal, lo que ha ocurrido es que algunos han pretendido aprovecharse del Partido. Toma castaña. Que el tesorero del Partido, el Sr. Bárcenas, esté imputado, no tiene ninguna importancia. Manifestaciones como éstas insultan a la inteligencia. Tengo la impresión de que determinados políticos consideran que el pueblo español es gilipollas.

Las idas y venidas, los comunicados y desmentidos de estos días, de los Fabra, Costa, Camps, Cospedal y Rajoy… deberían dejarles una huella indeleble, deberían quedar “tocados”. Y si no es así, y siguen en la política, y además salen elegidos, como si no hubiera ocurrido nada, es que en una parte importante del pueblo español no ha llegado a calar todavía el sistema democrático, mostrando una clara carencia de lo que es una ciudadanía responsable impregnada de unos valores éticos claros y auténticos, que rechacen con contundencia cualquier caso de corrupción, venga de donde venga. Depositar un voto en una urna, es algo muy importante, como para hacerlo exclusivamente con el objetivo de derrotar al adversario. Ese no es el camino. A este colectivo, pase lo que pase, haya corrupción o no, sea esta escandalosa o no, parece que les da igual. En buena lógica, deberían ser castigadas electoralmente con contundencia aquellas fuerzas políticas que estuvieran inmersas en prácticas corruptas, como ha ocurrido en otros momentos de nuestra historia. Una trama de corrupción y sobornos, el escándalo del estraperlo, acabó en 1936 con la vida política de Alejandro Lerroux, el viejo dirigente republicano del Partido Radical que presidía entonces el Gobierno. Y más recientemente, en las elecciones generales de 1996, que supuso la derrota de Felipe González, justificada en parte por el natural desgaste en el ejercicio del poder, aunque también porque desde 1990 hubo una sucesión de escándalos de corrupción protagonizados por conocidas figuras pertenecientes o vinculadas al PSOE. Lo que parece claro, según todos los indicios, que el votante de izquierdas se siente mucho más sensible ante la corrupción, y por ello castiga a su partido, si aparece implicado en tramas corruptas. En cambio, al votante de derechas, parece que esta circunstancia no le importa tanto. Pudimos constatarlo en la últimas elecciones europeas, en la Comunidades de Madrid y Valencia, donde con todo lo que estaba lloviendo, los populares no sólo no fueron castigados, es que salieron reforzados.

Reflexiones a vuela pluma sobre el caso Gürtel
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