viernes. 29.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Esta legislatura pasará a la Historia como la de la crispación, que ha producido un encanallamiento y envenenamiento de la política e incluso en la convivencia ciudadana, sin precedentes en nuestra reciente democracia. Poco ha, en la prensa aragonesa un eminente catedrático y militante del PP, calificaba a esta legislatura de “maldita”. O lo que es lo mismo: Perversa, de mala intención y dañadas costumbres; condenada y castigada por la justicia divina; de mala calidad, ruin, miserable.

En su discurso con motivo del 29º aniversario de la Constitución, Manuel Marín afirmó que "no se puede repetir una legislatura tan dura y ruda como la actual" y que hay que volver a "la política con mayúsculas".

Para un funcionamiento normal de la democracia se requiere la aceptación y el respeto por parte de los partidos políticos de algunas reglas no escritas: 1ª) el que pierde, reconoce su derrota; 2ª) el que gana, respeta al derrotado y no lo persigue; 3ª) para ganar, no todo vale. Las dos primeras reglas son la consecuencia del método democrático que se basa, por un lado, en el reconocimiento de la elección como procedimiento de selección del Gobierno y, por otro, en el respeto a las minorías como expresión del pluralismo político. La tercera se deriva de un consenso fundamental que implica que determinadas cuestiones, llamadas de Estado, quedan fuera de la arena competitiva.

Por ende, la normalidad democrática se hace prácticamente imposible si algún partido político se niega a reconocer el veredicto de las urnas y/o cuestiona la legitimidad de la victoria del ganador, o lo que es lo mismo, no sabe aceptar la derrota. En 1996, Felipe González aceptó su derrota, y en 2000 Joaquín Almunia asumió la responsabilidad de la suya anunciando su dimisión irrevocable. En cambio, bajo el liderazgo de Aznar, el PP disputó en 1989 la mayoría absoluta del PSOE, impugnando los resultados en varias circunscripciones porque los resultados del escrutinio desmentían los pronósticos de las encuestas y, por la misma razón, en 2004 discutió el triunfo de sus adversarios atribuyéndolo a sus supuestas maniobras para capitalizar el impacto del atentado del 11-M. Por ello, las legislaturas 1996-2000 y 2000-2004 se caracterizaron por su normalidad, las legislaturas 1989-1993, 1993-1996 y 2004-2008 estuvieron marcadas por un clima de tensión provocado por la resistencia del PP a reconocer su derrota electoral.

El no reconocimiento de la derrota y el ansia enfermiza de recuperación del poder, sin reparar en los medios, son los dos presupuestos que nos permiten entender el comportamiento del PP, que decidió instalar la estrategia de la crispación, el mismo día en que el Gobierno socialista tomó posesión. La brutal y desleal oposición del PP surge de la frustración de la derrota, de su nula asimilación y de la falta de reconocimiento de los errores cometidos. Comportamiento que «no es nuevo» en España porque ya se aplicó contra Manuel Azaña y contra Felipe González.

Esta estrategia de la crispación se plasma en las siguientes características: es deliberada (cree que le beneficia electoralmente); se implanta mediante la ausencia total de colaboración con el Gobierno en algunos temas que, en buena parte, se corresponden con los que hasta ahora se habían identificado como de Estado (lucha contra el terrorismo en sus dos modalidades, la fundamentalista islámica y la etarra, y en parte en la estructura territorial del Estado) que ocupan el centro de la agenda política, dando lugar a un enfrentamiento completo; tono durísimo en la crítica, que degenera en muchas ocasiones en insultos; la utilización de los medios de comunicación para criticar al Gobierno, así como la distorsión y/o negación de hechos documentalmente recogidos en las hemerotecas; y negación al Gobierno desde la oposición lo que se exigió y se obtuvo de la oposición estando en el Gobierno.

Con esta estrategia se pretende crear la sensación de estar permanentemente al borde del abismo, como si el país se encontrase en una encrucijada en la que estuviera en peligro su propia supervivencia. Ahora mismo, nos muestran una situación dramática de la economía española, cuando esta legislatura, reconociendo la actual desaceleración, ha sido la de las menores tasas de desempleo de toda la democracia, la del mayor crecimiento del PIB y el superávit fiscal. En definitiva, una percepción artificial de alarma social, cuando la realidad demuestra todo lo contrario. Las reformas llevadas a cabo por el ejecutivo socialista no han alterado los consensos básicos de la sociedad tal y como se afirma desde el partido de la oposición: la retirada de nuestras tropas de Irak, la ley integral contra la violencia de género, la investigación con células madre, el matrimonio homosexual, la agilización de los procedimientos para tramitar el divorcio, las leyes de igualdad y dependencia son algunas de esas reformas que han contribuido a que nuestro país sea visto como paradigma político en muchos países. Además esta estrategia de la crispación consigue que las consecuencias derivadas de dichas reformas sean poco visibles y pasen desapercibidas entre los ciudadanos, cuando son altamente beneficiosas para amplios sectores de la sociedad.

¿Qué consigue la oposición con la estrategia de la crispación? Polarizar y movilizar a una parte del electorado, el de derechas, e incrementar la abstención entre una izquierda desmotivada por el clima político.

Esta ha sido la política del PP durante estos cuatro años. Sin embargo, con todo lo que hemos tenido que oír a los Zaplana, Acabes y Rajoy, ahora acusan a Zapatero de ser el causante de la crispación. ¡Hace falta ser cínicos!

Radiografía de la crispación
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