martes. 16.04.2024

Víctor Corcoba Herrero

Hace tiempo que el pueblo habla, aunque nadie le escuche. Sobre todo, lo hace desde la soledad y el silencio del terruño. Sólo hay que sentirlo y ascender por el linaje de su aire para descubrir el abandono de municipios, la exclusión de aldeas en las que ya sólo dormita el tiempo y cuatro viejos a los que les sostiene la añoranza del recuerdo. Por doquier se encuentran, caseríos perdidos, cortijos desmantelados, caminos vaciados de vida o viciados por la mano del hombre. Desde luego, el clan de la ciudad ha aplastado a la tribu del pueblo. Al pueblo, pueblo de campo o mar, lo han embadurnado de urbes, hasta robarle sus tradiciones. Otros pueblos han corrido peor suerte y han perdido la vida que, en otro tiempo, fue pletórica. Aquella memoria viva de conciencia colectiva, de pueblo unido jamás será vencido, se ha quedado despoblada también. El modo de pensar y de vivir en familia, haciendo familia, igualmente se ha desvirtuado. La ciudad ha domado al pueblo y el pueblo ha dejado de existir.

Ahora una ley quiere mantener al pueblo como tal, prometiendo mejoras en calidad de vida y renta para sus habitantes. La norma subraya la importancia actual del medio rural en España, que integra al veinte por ciento de la población, elevándolo hasta el treinta y cinco por ciento si se incluyen las zonas periurbanas, afectando al noventa por ciento del territorio, advirtiendo que en este inmenso territorio rural se encuentran la totalidad de nuestros recursos naturales y una parte significativa de nuestro patrimonio cultural, así como las nuevas tendencias observadas en la localización de la actividad económica y residencial, confiriendo a este medio, una relevancia mayor de la concedida en nuestra historia reciente. A buenas horas mangas verdes, que decía mi abuela.

El atraso económico y social de nuestros pueblos ha llegado a unos límites insostenibles. Soy de los que pienso que no hay política rural que la levante a corto plazo. Nos han “vendido”, cuando no obligado, a integrarnos en los rascacielos de las colmenas, si queríamos mejorar de vida. Por desgracia, estamos confinados a vivir en ciudades ruidosas, crecientes de contaminación e inhumanas a más no poder. Hasta ahora no hemos sido libres de vivir como queremos, donde queramos. Eso de buscar entre las ramas de la vida el aposento deseado, o sea la felicidad a la que todos tenemos derecho, lo hemos tenido que supeditar a un esclavo sistema productivo, que conlleva hasta la fijación de residencia.

León Felipe aconsejaba a los poetas que nunca cantasen la vida de un mismo pueblo, ni la flor de un solo huerto, que fuesen todos los pueblos y todos los huertos nuestros. Siguiendo esta misma estela, si todas las personas que tienen una función en la vida social, todas las que participan en el gobierno de las comunidades y regiones, hiciesen lo posible para que todos los pueblos sin distinción alguna, pudiesen beneficiarse de las riquezas del país, viviesen donde viviesen, según los principios de justicia y equidad, seguramente se volverían a repoblar nuestros pueblos.

En cualquier caso, nos llena de esperanza que una nueva norma persiga la mejora de la situación socioeconómica de la población de las zonas rurales y el acceso a unos servicios públicos suficientes y de calidad. Y que, en particular, se conceda una atención preferente a las mujeres y a los jóvenes, de los cuales depende en gran medida el futuro de nuestros pueblos. Para lograr este objetivo, seguramente tendremos que ir más allá del espíritu de la ley, y tengamos que privilegiar una educación en los valores humanos y morales que permita a cada joven tomar confianza en sí mismo, esperar en el futuro, y asumir su papel en el crecimiento de la nación, formada por pueblos y ciudades que han de saberse integrarse y ayudarse, con un sentimiento cada vez más agudo de preocupación por el prójimo. Habla pueblo habla. Sigue hablándonos. Haber, si por fin, te escuchamos.

Que sean todos los pueblos
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