viernes. 19.04.2024

Por José Carlos de Celis

Eran las 20:00 h en Madrid. Un inmenso silencio sacudía el Bernabéu, sólo acompañado por las notas de un violonchelo poeta. En el videomarcador, las imágenes en blanco y negro de una figura poco estilizada, pero que poseía una mirada y una presencia como sólo los grandes poseen. Alguno aún lloraba, otros estaban a punto. Una leyenda del madridismo nos decía adiós.

Acababa de fallecer el máximo goleador de la historia del fútbol. Cuentan que cuando llegó al Madrid tenía un aspecto aterrador. En poco tiempo demostró que combatía su físico pesado con una zurda envidiable. Di Stéfano, tras verlo en su primer entrenamiento, exclamó: "Éste la pega con el pie mejor que yo con la mano". No exageraba la Saeta. Un disparo terrible que lo hizo ganarse la fama de "Cañoncito Pum". Una zurda con la que anotó gran parte de los 512 goles que le avalan. Y llevaba dos años sin jugar. La ocupación de Budapest por parte de los rusos había impedido a Ferenc Puskas regresar a su ciudad y jugar al fútbol.

Dicen, y en parte tienen razón, que el homenaje que el Madrid realizó a Ferenc Puskas el pasado Sábado fue rancio e incluso corto. La verdad es que un jugador de su clase merecía más, pero los homenajes han de darse en vida, y no de modo póstumo, cuando el homenajeado no puede sentirse protagonista. Aunque estoy convencido de que Puskas guiñaba el ojo allá en lo alto cuando el Bernabéu se puso en pie. Porque hay clase de gente y gente con clase, y el húngaro era uno de ellos. Para el recuerdo nos quedamos con la última frase que sobre Pancho nos deja Di Stéfano: "lo que cogía con una mano se le escapaba por la otra". Los hay que nacen genios, crecen genios, y fallecen genios. Puskas es un claro ejemplo.

Potente, amante del fútbol, que la mimaba como todos y la golpeaba como nadie. A la redondita, aquella que tantas veces maltrató con furia para regocijo de las mocitas madrileñas, que acudían al joven Bernabéu a disfrutar de esa zurda envidiable. No tuve el gusto de verlo jugar (maldita juventud) pero todo lo que vi y me hablaron de él fueron maravillas. Mi padre siempre me dijo que si Puskas hubiera llegado antes al Madrid estaría a la altura de Di Stéfano, Maradona o Pelé, los tres grandes del fútbol.

Y es que Cañoncito Pum tuvo prácticamente dos carreras. Como futbolista, que galopadas por la banda tuvo muchas más. En Hungría militó en el Honved, y en uno de los mejores equipos de la historia a nivel mundial: Los Mágicos Magyares. La selección de Hungría, que poseía jugadores de la talla de Kocsis (luego en el Barcelona) Bozsik, Czibor o el mismo Puskas.

De todos los resultados buenos que consiguieron, recordamos uno con especial admiración: el 3-6 a Inglaterra en Wembley. De aquel partido recuerdo, como no, el gol que hizo Puskas: era el 0-3 y un gol que cada vez que veo aún me emociona. Si me permiten “Copiar y pegar”, así lo recordaba el mismo Puskas: “Me dio tiempo para mirar atrás y ver cómo Billy Wright de dirigía corriendo desesperadamente hacia la porteria. Él estaba esperando que yo girara al interior. Si lo hubiera hecho él me hubiera sacado a mí y al balón del campo hasta las gradas. Así que mandé la bola atrás con los tacos de mi bota izquierda y la golpeé a la red”.

En el Madrid, tres Copas de Europa (cuatro goles en la final de la edición de 1960), cinco ligas, cuatro pichichis y una gran participación en la mejor delantera de todos los tiempos: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas, Gento. Sólo el Alzheimer pudo con él. Ya en el último homenaje que el Madrid le había dado en Budapest dolía bastante ver como la enfermedad se hacía parte del crack húngaro. Cuando allá por Agosto de 2005 el Madrid acudía al estadio que lleva su nombre, el Cañoncito Pum no había podido ni siquiera reconocer a su gran amigo Di Stéfano, ni al resto de compañeros que acudieron a visitarle. Una lástima ver como se apagaba la vida de un hombre que derrochaba vitalidad en cada campo que jugaba.

Entretanto el cielo de Madrid se encuentra ya más negro que nunca. Comienza a llover. Incluso desde arriba se llora la muerte del mejor jugador húngaro de la historia. Y entre la emoción y el bello de punta, el violonchelo entona sus últimas notas. El cañonero se marcha, no sin antes atender a la petición del aficionado futbolero: Pum, tócala otra vez...

Puskas, el adiós de un grande
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