viernes. 29.03.2024

Por INA

Es tan rico el español en palabras como personas lo hablamos, si porque creo que todos tenemos esa palabra nuestra para denominar esto o tal cosa (¡ah!, es que siempre lo he llamado así), o simplemente como decidimos llamarnos o nos llaman como han querido y la aceptamos como nuestra porque nos gusta, es curioso que podamos ser los dueños de una palabra o un concepto, es más curioso aún si cabe que, siendo esas palabras originales y particulares, cuando las usamos puedan entendernos, ahí radica la verdadera riqueza, en la comprensión, ¿de qué me vale hablar si nadie me entenderá?, por que hoy día y más por estas fechas oímos hablar, pero claro oír no es lo mismo escuchar, o entender, o comprender por atender, porque tampoco es lo mismo hablar con que hablar a todos los presentes, la primera acepción implica un diálogo, un intercambio, una conversación, una participación de los interlocutores (por que hay más de uno), un interés real; la segunda la podemos catalogar como un monólogo donde evidentemente por definición hay un hablante... y muchos oyentes. Y es aquí en este punto donde se origina el primer problema, y como los problemas surgen en la mayoría de los casos por si solos, podemos decir que son como los pelos, unos tienen más otros tienen menos, crecen en muchos casos de una forma descontrolada y en lugares donde no queremos verlos, pero para todos los que tengan y sin excepción no dejan nunca de aparecer, entonces ¿qué hacemos? ¿permitimos que sigan su camino o por el contrario recurrimos a las peluquerías y le damos la forma deseada? ¿dejamos que el profesional haga lo que quiera con sus herramientas o somos nosotros mismos los que decidimos el resultado final con el que nos encontraremos más a gusto y satisfechos?. Y usted, ¿cuántas veces a lo largo de un año visita a su peluquero?, ¿y de cuatro?

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