martes. 16.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Una concejal de un municipio muy turístico, sabedora de mi opinión sobre las bondades de Fitur (no se me ría nadie, por favor; un respetito ahí al invento), me envía por correo electrónico el programa de este año de la feria de marras, que comienza justo el último día de este enero de 2007 y dura hasta el 4 de febrero, el mes carnavalero por excelencia (muy propio, pues Fitur también es una gran carnavalada, como es triste fama). Los empresarios agrupados bajo el horrible nombre de ASOLAN reclamaban este lunes una mayor “conciencia política” (¿?) pata frenar la caída en picado del turismo en Lanzarote, sólo frenada en parte por el hombre del tiempo de Tele-5 (a quien no tengo el gusto de conocer: no veo informativos catódicos ni harto de vino), que ha estado unos días en un Hotel de Playa Blanca, “con todos los gastos pagos”, como se dice por aquí.

Dentro de unos días, a poco que nos fijemos, empezaremos a notar que incluso en la cada día más colapsada Arrecife, la caos-pital lanzaroteña, el tráfico de coches se volverá, como por ensalmo, algo más fluido. No mucho, porque tampoco hay que pedir milagros o imposibles, pero sí al menos un fisquito. No reclamemos peras al olmo ni duraznos a la rama de batatera, y mucho menos eficacia y vergüenza a los que nos malgobiernan en esta pobre islita rica sin gobierno conocido que lleva más alegres expedicionarios a Fitur que turistas trae/atrae de Fitur para acá. El mundo al revés. Los pájaros -y van muchos a Madrid a hacer como que hacen- contra las escopetas. Y el turismo en caída libre, claro, como se ve con sólo darse una vuelta por los cada vez más desiertos establecimientos -un suponer- de Puerto del Carmen, mientras políticos y periodistas venden humo en Madrid y regresan contando cuentos de cuentas sin fin. Así se escribe la intrahistoria insular.

La inminencia de la mencionada matraquilla de Fitur, de la que ya andamos todos hasta algo más allá de la coronilla y que vuelve a obrar el milagro de hacer que un gran número de políticos ociosos y adosados de aquéllos se trasladen a Madrid a costa del erario público, que lo llaman. Hasta el director de un rotativo grancanario caía el pasado año en la cuenta de lo obvio, o de lo que hasta hace un rato sólo veíamos incurables escépticos como el que esto firma: “Hacia Madrid desfilan, como por arte de un ritual cuya utilidad todos cuestionan pero que ninguno se pierde, medio Gobierno, todos los cabildos, decenas de alcaldes y concejales, una legión de periodistas y expertos en el difícil arte de conseguir una subvención para los proyectos más peregrinos”.

Lo de acudir a Madrid a trabajar por nuestra promoción exterior (no se me ría nadie, insisto) es una meritoria empresa para la que no basta con mandar a algún representante político cabildicio o municipal y a los técnicos en la materia turística. No, aquí somos más originales y, como además vamos sobrados y estamos que nos salimos y tiramos la casa por la ventana, pese a las mil y una falsas promesas de contención del gasto y del despilfarro, mandamos para allá, no una representación política, técnica o empresarial, sino a toda una legión de vividores del cuento y, sobre todo, del citado y castigado erario público, que aprovecharán el sufrido desplazamiento hasta la capital de España para decirse a sí mismos lo mucho y bien que están trabajando por nuestro futuro insular. Y todo ello bajo los sones del estruendoso aplauso mediático que no pocas veces se troca en peloteo mediocre, para mi gusto. ([email protected]).

Por la esquina asoma...
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