sábado. 20.04.2024

Por Cándido Marquesán Millán

En el desarrollo de esta crisis económica hay cuestiones que me llaman poderosamente la atención. Nuestros dirigentes, los populares y los de Convergència i Unió, están implantando unas políticas durísimas, que primero las ocultaron en sus programas electorales, luego las negaron, y cuando no tuvieron otra opción que reconocerlas, las han disfrazado con un vocabulario supuestamente ético o con el señuelo de la cuestión nacionalista. Al imponer recortes implacables a las prestaciones sociales -que no han consultado a la ciudadanía por temor a que sean rechazados- se vanaglorian de tomar decisiones difíciles y se presentan como el paradigma del más puro patriotismo, justificándolos con el argumento de que no hay otra opción, por lo que hacen lo que tienen que hacer, porque no lo hicieron quienes deberían haberlo hecho antes.

Lo más grave es la pasividad con la que se asume mayoritariamente

este auténtico calvario. Y si aparecen movimientos de contestación ante tanta injusticia, los criminalizan acusándoles de ser enemigos de la democracia. Entiendo que si ahora la crisis económica “justifica” el desmantelamiento de nuestro Estado de bienestar, luego con la llegada de la recuperación económica tantas veces prometida, será de nuevo reconstruido, retornando a la misma situación del inicio de la crisis. Me temo que no ocurrirá así. Aquí hay trampa. Estos políticos son auténticos trileros. La crisis es la coartada para hacer lo que siempre han deseado hacer. Desmantelar los servicios públicos, para propiciar su privatización, y así sus amigos hacer pingües negocios.

Los dirigentes populares se enorgullecen de ser enormemente duros, sobre todo para infligir dolor a otros, a los débiles. Como señala Tony Judt en Algo va mal, “Si todavía estuviera vigente un uso más antiguo, en virtud del cual ser duro consistía en soportar el dolor, no en imponérselo a los demás, quizá se lo pensarían dos veces antes de valorar tan insensiblemente la eficacia por encima de la compasión”.

Desde los despachos es muy fácil tomar estas decisiones para las que tampoco se requiere mucha imaginación, porque ninguno de ellos va a padecer directamente sus efectos: Dolores de Cospedal o Esperanza Aguirre no han tenido que esperar detrás de una congoleña en una consulta médica de la Seguridad Social, ni tampoco han llevado a sus hijos a un colegio o instituto públicos. Ni tienen la intención de hacerlo en el futuro. No solo no les tiembla el pulso ni tampoco lloran como Elsa Formero la ministra de Trabajo de Italia, es que dan la impresión, al sacralizar la contención del déficit, de que han iniciado una competición para ver quién recorta más y en menos tiempo, y así cumplir mejor los deberes impuestos para ser el primero de la clase. Cabe recordar el extraordinario regocijo de la ínclita lideresa, al indicar que conocía unas maravillosas partidas donde podía ejecutar nuevos y cuantiosos recortes. Es lamentable el estado de degradación al que ha llegado nuestro sistema democrático, ya que la valoración de un dirigente en su partido está en relación directa proporcional con los recortes que lleve a cabo, con el consiguiente incremento de las dosis de sufrimiento para la mayoría de la ciudadanía.

Deberían a su vez, cuando menos tener serias dudas de la eficacia de estas medidas, si observamos que aquellos países en los que han sido ya ensayadas su situación no solo no mejora, es que van hacia el precipicio. Véase el caso de Grecia o Portugal. Me parece pertinente al respecto recordar que Keynes creyó siempre en las ideas, persuadido de que se paga un alto precio por las falsas y que las adecuadas son aquellas que ayudan a resolver los dos problemas acuciantes de su tiempo, ahora son los mismos, el de la pobreza y del desempleo. Al fin al cabo, la calidad de una teoría se refleja en la capacidad que tenga de dar alguna luz a los temas que importan de verdad, al incidir sobre el margen de libertad y nivel de vida que disfrutemos. Si luego resultan ciertas las advertencias que premios Nobel de Economía, como Krugman o Stiglitz, les están haciendo de que este no es el camino para salir de la crisis, tendrían que asumir responsabilidades por los traumáticos e irreparables daños que están causando: cifras de parados insoportables, muchos jóvenes sin futuro, desahuciados de su vivienda, familias rotas, enfermedades depresivas que llevan al suicidio, incremento de la pobreza, mayores a los que se les niega el derecho a la dependencia, listas de espera en los hospitales públicos, estudiantes capacitados que no pueden acceder a las universidades por el incremento de las becas, etc. Supongo que serán conscientes de todo este daño. Tampoco les vendría mal la lectura del Informe Beveridge de 1942, en el que su autor señala que el objetivo de las políticas sociales es el eliminar los 5 grandes males que aquejan a muchos ciudadanos: la miseria, enfermedad, ignorancia, desamparo y desempleo. Sin embargo ellos erre que erre, les da igual, siguen a rajatabla las directrices de los mismos economistas que no advirtieron u ocultaron con fines espurios la tormenta que se nos venía encima. El biógrafo de Keynes, Robert Skidelski calificó a estos economistas hegemónicos como los mayordomos intelectuales de los poderosos, porque han respaldado y lo siguen haciendo las opiniones de estos, para generar un determinado estado de opinión entre la gente del pueblo. Esto huele a estafa.

Políticos trileros
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