sábado. 20.04.2024

Va cargadito de razón el portavoz parlamentario del PP, Jorge Rodríguez, al exigir a la Consejería de la poca Educación que nos va quedando por aquí abajo que no siga dejando desamparado al profesorado. En mi época, allá cuando chinijo, los desamparados éramos los alumnos, que estábamos para lo que el maestro gustara mandar: así te mandase a estudiar o te mandase tres tortas sin venir a cuento, que era lo más habitual (doy fe, como cacheteado que fui mil y una vez, no digo que de forma inmerecida porque no sería objetivo ni imparcial, pero yo no fui el que escribió aquello en la pizarra sobre la vida sexual del director del centro).

A propósito de esa petición “pepona”, recordaba ayer en la tertulia de Lanzarote Radio que allá por el curso escolar 96/97 del siglo pasado, cuando ejercía como consejero del ramo el hoy senador de CC José Mendoza, el hombre se dejó caer por Lanzarote y dejó caer a su vez, como el que no quiere la cosa, que la culpa del enorme y escandaloso fracaso escolar que se daba entonces en Canarias (y que ha ido en aumento desde allá hasta acá, por cierto: las cifras no engañan) era única y exclusivamente de los padres. Aunque parezca exagerada, la frase es textual, y así se publicó en la prensa lanzaroteña de la época. Tal cual. Es lo que tiene poseer una buena hemeroteca, que es la memoria de los desmemoriados como yo.

Pero lo peor no fue la categórica afirmación de Mendoza, para mi gusto. Lo que no tuvo ni nombre fue el otro hecho de que nadie, absolutamente nadie, reaccionara ante aquel evidente gesto de desfachatez y cinismo por parte del máximo responsable de la Enseñanza en el Archipiélago, que había sido principal dirigente del sindicato ultragremialista STEC y que no iba él, claro, a tirar piedras contra su propio tejado, por más y por mucho que hasta el más despistado de la clase -nunca mejor dicho- sepa de sobra que, en hablando de educación, alguna parte alícuota de responsabilidad también han de cargar los propios enseñantes... sin que ello quite motivo para culpar también, ya puestos y metidos en harina inculpadora, hasta al último mono. El entorno lo llaman ahora: unos padres muy atareados (eso cuando hay padres que ejercen de tales, que no siempre es el caso), la televisión, los juegos electrónicos, las malas amistades, la edad de la bobería, la bobería de los telejuegos... y la Biblia en verso. Es un truco muy viejo: si todos somos culpables, al final culpable no es nadie... y menos que nadie los profesores, que hasta la duda ofende.

Lo decía la pasada semana un profesor universitario en las páginas del diario ABC: "Los chicos están llegando a la Universidad sin saber leer, y mucho menos escribir. Y lo digo con el conocimiento de causa de un profesor que no se acaba de creer ese altísimo índice de analfabetismo funcional que empeora y se acrecienta con los años. No entiendo qué es lo que está fallando antes de su acceso a la Universidad”. Pues eso, el entorno. Las autoridades políticas y educativas, si las hubiera o hubiese, no tienen culpa ningunita. Y responsabilidad, mucho menos.

Esta es la hora en la que todavía se ignora a dónde habrá ido a parar la siempre necesaria autocrítica política e institucional, ni lo que se hizo de aquella sana y sabia costumbre del reconocimiento de los propios errores. Antiguos virtudes que se han evaporado, por lo que se ve y se lee por ahí. Pues eso: que continúe la farsa y que sigan los estudiantes estallándose el dinero y perdiendo el tiempo en esa ceremonia que conduce a la estulticia institucionalizada. ([email protected]).

Pobres profesores
Comentarios