sábado. 20.04.2024

Me llevan de la mano, no diré que obligado pero casi, a ver la película “José y Pilar”. Resignadamente, y aunque me huelo el pastel de antemano por las críticas que había leído previamente en la prensa nacional (no las verás en la prensa local, siempre tan mansurrona) me trago el documental, sobre el que no me pronuncio porque me conozco y porque la última vez que ejercí de crítico cinematográfico sobre el bodrio de Pedro Almodóvar rodado también en parte en Lanzarote los valientes que se escudan en el anonimato me dijeron de todo menos batatero en los foros digitales y por ahí. Sólo digo que cuando llegábamos para el segundo pase de la proyección, una malvada periodista que salía del primero nos previene de que a la película le vendría que ni pintado un subtítulo del estilo: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Otra amiga, dentro de la sala, me sugiere otro título sobado para una posible columna que no pienso escribir: “La viuda alegre”. La gente es que es muy mala, como es triste fama.

Insisto, no me pronuncio sobre lo que me parece que no tiene ni nombre. La película de marras bien, gracias. Entiendo que le sobran algunas cosas (y más en concreto alguna, en singular), pero se deja ver, como decían los clásicos. Lo que sí recuerdo es lo que escribí aquí mismo a poco de muerto el Pemio Nobel vecino de Lanzarote, en un artículo titulado “Saramago y los buitres”, donde vaticinaba no más que lo que hasta un ciego veía venir: “Pasada ya la primera oleada del periodismo necrológico o necrófilo sobre la muerte de Saramago, la perspectiva de los días hace todavía más obscena la imagen de los políticos revoloteando como buitres sobre el cadáver del escritor. Están también los mitómanos, los que tratan a los pensadores como si fueran futbolistas o cantantes. Sé de alguno que tiene fotos con todos los grandes escritores que han pasado por Lanzarote, aunque no ha leído a ninguno. En eso coincide con los políticos que citaba antes. El escritor sin academia, el periodista sin título universitario murió un viernes, como César Manrique. Murió al mediodía, como Manrique. Murió en Lanzarote, como César. Murió chiflado por Lanzarote, como el conejero. Murió y dejó una obra que vive por él, como la de César Manrique. Y, pese a tantas coincidencias, apenas hay otros paralelismos entre la vida de José Saramago y la del artista lanzaroteño, si exceptuamos que ambos se fueron físicamente de Lanzarote fastidiándoles la tarde de un viernes a la inmensa mayoría de los periodistas, columnistas y demás gente de mal vivir de esta pobre islita rica sin gobierno conocido”.

¿Recuerdan que Saramago llegó a hablar de “la segunda muerte de César Manrique”? Otra coincidencia, para mi gusto. Y es obvio que estamos asistiendo ya a esa segunda muerte, de la que muchos (y muchas) esperan sacar muy buena tajada, no precisamente cultural. Y además no lo disimulan ni se cortan un pelo. Alguien aprovecha la presentación de la película en la sede de la Fundación José Saramago, en Tías, para anunciar que ésta se abrirá al público allá por marzo del año en curso, mientras deja caer una descaradísima advertencia (La Provincia, 30-1-2011): “Si la sociedad canaria se inhibe porque está pensando en otras cosas y considera de forma clara y rotunda que abrir al público la casa y fundación de José no es un valor, a lo mejor no vale la pena hacerlo. No impondré nada, pero estaré atenta a lo que demanda la sociedad y si ésta quiere más sol y playa”. Este huevo quiere sal, para mi gusto. ¿Le está hablando a la sociedad canaria en general o a los políticos en particular, para que apoquinen dinero público? ¿Y a qué viene ese tono paternalista y de perdonavidas, típico del godo sobrado o de lo que por aquí abajo llamamos enterado de la caja del agua? ¿Será gratis la cosa o se cobrará entrada? ¿Se venderán machanguitos a propios y extraños? Pobre Saramago: toda la vida renegando del mercado para acabar convertido en simple mercancía.

Otro comentario que trinqué al vuelo a la salida del cine: “Saramago decía que era comunista, pero la parienta no lo parece… o lo disimula mucho”.

¿Se le pegó algo a Yoko Ono del genio de John Lennon? ¿Y a María Kodama del todavía más sabio Jorge Luis Borges? ¿Le enseñó a escribir con fundamento Cela a la cinta celo que se le pegó encima en sus últimos años? Queda claro que el genio, al contrario que la gripe, no se contagia. ([email protected])

Pobre Saramago
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