jueves. 28.03.2024

Por Rafael J. Rodríguez Marrero

Son dos las posiciones mayoritarias que a través de los medios de comunicación se vienen presentando en relación al tema de las prospecciones petrolíferas en aguas cercanas a Canarias.

Asunto nuevamente de actualidad desde que el Ministerio español de Industria, Energía y Turismo retomara recientemente la propuesta de permitir a la trasnacional REPSOL-YPF hacer estudios de prospección cerca de nuestras costas. La trasnacional ya había iniciado esos trabajos, durante los años de autocracia PP-aznariana, pero las tareas fueron parcialmente anuladas por el Tribunal Supremo a inicios de 2004 al no haberse realizado la preceptiva Evaluación de Impacto Ambiental.

Conviene recordar que el área donde REPSOL-YPF pretende realizar sus trabajos de prospección y perforación supera las 600.000 hectáreas, en una zona marítima considerada de Especial Protección Ecológica por la Organización Marítima Internacional. Adviértase, por otro lado, que en las islas orientales habitamos más de 250.000 personas y que (como insistentemente señalan desde el Cabildo de Fuerteventura) el 95 % del agua que en la isla majorera precisamos para vivir procede de plantas que desalan el líquido elemento del océano cuya plataforma pretenden perforar; el agua que nos da vida y nos baña. Téngase en cuenta, además, que desde hace décadas se ha optado por hacer depender la economía de estas islas del monocultivo turístico, favorecido por la naturaleza cálida de nuestra tierra, la afabilidad de sus habitantes y las estupendas playas.

Por otra parte, numerosos informes concluyen que tanto en las tareas prospectivas como en las extractivas los peligros a los ecosistemas locales son ciertos. Se usan sonidos de intensidad suficiente para afectar la vida marina y, en el proceso de extracción (si se encontrara el crudo en cantidad suficiente que lo justificara, es decir, lo hiciera rentable) lo normal es que vertidos y fugas sean frecuentes. En este proceso, además, se usan sustancias químicas diversas que son contaminantes y afectan a los ecosistemas de los lugares en que tales extracciones se producen y a los circundantes.

Debería tenerse en cuenta, también, que tanto la isla majorera como la conejera son Reservas de la Biosfera, lo que es indicativo de la diversidad y riqueza natural que estas islas albergan.

Por si hubiera que añadir más argumentos, es reconocido el potencial que Canarias tiene de recursos energéticos renovables y, por supuesto, no contaminantes (viento y radiación solar, fundamentalmente) Son estas las fuentes energéticas por las que debiéramos inclinarnos pues, como se nos recuerda desde el Instituto Tecnológico de Canarias (ITC: “Energías renovables y eficiencia energética, 2008) son las que nos permitirían “reducir nuestra dependencia energética exterior; favorecerían el desarrollo de la industria local, generándose empleo; mejorarían la imagen exterior del archipiélago (con los consiguientes beneficios para la industria turística) y posibilitarían la exportación de tecnología propia –e inocua, añado- a países de continentes vecinos, como África y América”.

Sobre la base de estos discursos se asienta una de las posiciones que recientemente reflejan los medios de comunicación, contraria (obviamente) a los deseos ministeriales y de la trasnacional.

Las anteriores aseveraciones entran en colisión contra la posición de REPSOL-YPF y de gobernantes títeres quienes, a través de agresivas campañas publicitarias, pretenden hacernos ver lo incierto: la inocuidad de las extracciones petrolíferas y los beneficios que tales trabajos supondrían para nuestro archipiélago. Precisamente es esta la otra posición que sobre tan importante asunto se viene presentando en los medios de comunicación. Una postura asentada sobre débiles presupuestos político-económicos. Nos dicen que si España no da “visto bueno” a las prospecciones sí lo va a hacer Marruecos. Indican que las tareas que iniciaría REPSOL traerían empleo a las islas (recuérdese que Canarias es la comunidad autónoma con las tasas más altas de paro de las Españas); insisten, además, con que tales perforaciones son compatibles con el subsector turístico (sobre el que se sustenta buena parte de la economía de nuestra tierra)

Debería recordárseles a los detentadores del capital (REPSOL-YPF declaró en 2010 unos ingresos anuales superiores al PIB de países como Ecuador, que ocupa la 62º posición del ranking mundial respecto a esa variable, tan del agrado de economistas) y a los gobernantes españoles (que los legitiman) cuan lamentable es la huella ecológica que la carrera por la explotación de recursos energéticos no renovables está imprimiendo en nuestro limitado planeta.

Unos recursos, los petroleros, que han alcanzado su cénit si nos atenemos a la teoría de Hubbert, refrendada en estudios más recientes por Colin J. Campbell y Jean H. Laherrère. Investigaciones que requieren unos párrafos.

Durante la segunda mitad del pasado siglo, el geofísico M. King Hubbert (que trabajaba para la compañía norteamericana Shell) calculó que si Estados Unidos continuaba en su ritmo creciente de producción, alcanzaría el cénit del petróleo hacia 1971. Además predijo que en el planeta se llegaría al cénit en la producción total a finales del siglo XX. El acierto en la primera de las predicciones (recuerde el lector la gran crisis energética a inicios de los años 70) puso en entredicho a los apologistas del crecimiento económico ilimitado.

Estos pronto se olvidaron de la predicción, pues se descubrieron nuevos pozos (en Alaska y en el Golfo de México) Sin embargo, los hidrocarburos que de ellos se obtienen no han logrado prolongar el punto culminante de la producción petrolífera USA.

Los geólogos europeos Campbell y Laherrère, “resucitan” a Hubbert a finales de siglo. Publican en Scientific American la obra “El final del petróleo barato”, en la que vuelven a insistir en aquello que no quieren escuchar los defensores del crecimiento económico infinito: el petróleo ha alcanzado su cénit. Haciendo uso de nuevos datos (tales como el parón productivo que la crisis de los años setenta provocó o los nuevos avances tecnológicos vinculados a la exploración y a la extracción) Campbell y Laherrère confirman las predicciones que Hubbert realizó en los años cincuenta.

En el año 2000 los dos geólogos europeos dieron vida a la Asociación para el Estudio del Cénit del Petróleo (ASPO, por sus siglas en inglés) Una asociación independiente y sin fines lucrativos con presencia en numerosos países y que, actualmente, estudia y analiza también todo lo relacionado a las reservas y al cénit de la producción planetaria de gas natural. Asunto este del gas que también merece, sin duda, bastante atención y debate.

Los argumentos esgrimidos por el ministerio español que encabeza el Sr. Soria provocan, cuanto menos, vergüenza ajena; y mucha, muchísima indignación entre las personas que habitamos en estas islas oceánicas. Sólo por su afán de agradar a sus amos –léase, las trasnacionales- se atreve ese señor a sugerir decretar unas prospecciones que ponen en jaque el presente y futuro del archipiélago canario, de las aguas que nos bañan y de los seres que aquí habitamos. Pretender hurtar a la sociedad el debate sobre el modelo energético que queremos es propio de las derechas políticas más recalcitrantes (como la representada por el PP y el ministro Soria) ¡Tamaña desfachatez!

Hemos querido mostrar cómo las posiciones (las más publicitadas mediáticamente) que los diversos pronunciamientos sobre este tema vienen ofreciendo priorizan tres perspectivas: la económica, la política y la medioambiental. Miradas que, desde mi modesto entender, muestran divergencias en las formas pero corren el riesgo, desgraciadamente, de converger en el fondo. Salvo que pongamos en cuestión la civilización que ha conducido al estado crítico en el que nuestro planeta se encuentra.

Y es que tales perspectivas se hacen desde el convencimiento, harto frecuente, por el cual somos los humanos los dueños de este planeta y que cualquier tarea de transformación de las riquezas naturales que realicemos tendrá “valor”, sin considerar hasta cuando nuestro planeta (vivo y diverso) va a seguir aguantando.

Son necesarios los diversos enfoques, sin duda; no en vano el debate y la discrepancia son sanas compañías; sin embargo, en el asunto que tratamos creo no se está poniendo el acento en algo absolutamente relevante: cuestionar la civilización que hemos construido. Una civilización gobernada por el Dios-Mercado y que, en los territorios llamados de primer y segundo mundo, encuentra en el consumo compulsivo su más ferviente discípulo. Un ejemplo: la población de EEUU (unas 310 millones de personas, el 4,4% de la población mundial) engulle el 27% del petróleo total. Y lo que es peor aún: en diversos países se sueña con imitar al imperio americano, aunque manifiesta claros signos de una inevitable decadencia.

Tanto consumo es insostenible. La obsolescencia programada nos asfixia. Asentada nuestra civilización sobre energías provenientes de hidrocarburos fósiles no renovables (petróleo, gas, carbón) el abuso en su consumo no sólo nos ha llevado al cénit petrolero (y nos acerca al límite respecto al gas). Está provocando además una crisis climática que amenaza nuestro planeta y a la vida que en él existe.

El capitalismo depredador que padecemos, con sus banqueros, especuladores financieros, sus trasnacionales fagocitarias y las instituciones político-económicas que los amparan y los ejércitos que les protegen (capaces de fomentar, impulsar y participar en guerras de rapiña por recursos energéticos cada vez más escasos: recuérdese Irak, Afganistán, Libia -por señalar algunas invasiones bélicas recientes-); ese capitalismo que antepone el beneficio de cada vez menos a costa de negar la existencia digna de la gran mayoría; que considera al planeta como un enorme mercado proveedor de fabulosos dividendos aunque una séptima parte de sus habitantes mueran de hambre y un tercio viva en umbrales de pobreza; un capitalismo que ha dilapidado en algo más de dos siglos la enorme diversidad y riqueza natural de este planeta que languidece. Ese es el sistema socio-económico que tenemos la obligación colectiva de superar. Es su ideología alienante y paralizante la que debemos combatir.

Para intentar sobrevivir con dignidad.

Petroleras, no gracias
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