jueves. 25.04.2024

Por Fernando Marcet Manrique

No sé cómo será en el resto de la isla, pero en Argana Alta, barrio arrecifeño en el que vivo, las navidades para mí tienen un significado claro. Papa Noeles colgados de balcones y petardos. Muchos petardos. Lo primero es cuestión de gustos, así que demasiado no se puede decir al respecto. Pero con lo segundo entramos de lleno en el terreno de las libertades comunales, por así llamarlas.

La verdad es que entre los ladridos de los perros, los coches con la música a todo meter, las motos, las peleas más o menos cotidianas, etc, etc..., después de una temporada viviendo en Argana uno puede llegar a creer que está inmunizado contra todos los ruidos habidos y por haber. Pero qué va. En estas entrañables fechas te das cuenta de que la capacidad que tenemos las personas para jodernos los unos a los otros no tiene límite si no se pone... o impone. Y mira que me duele escribir en este plan casposo, solicitando prohibiciones y limitaciones a las libertades ajenas, como uno de esos nostálgicos de los tiempos de Pancho. Pero es que más me duelen los tímpanos por el último petardo lanzado a escasos tres metros de mi persona (y eso que estoy dentro de mi casa).

Y es que hay ocasiones en las que no es suficiente repetir una y otra vez aquello de que la libertad de uno acaba donde empiezan las de los demás. Porque cuando no existe ese elemental sentido de respeto, las palabras entran por una oreja y salen por la otra, y entonces la convivencia se convierte en una hazaña propia de héroes. Llegados a ese punto no queda otra que legislar. No queda otra que implantar una norma y constituir una autoridad que haga cumplir dicha norma. Triste pero cierto, eso es lo que somos, y no hay más.

Hay una frase, ahora no recuerdo su autor, que dice lo siguiente: “Gracias a la filosofía he conseguido hacer el bien por convencimiento, en vez de por miedo a ser castigado al incumplir alguna ley divina o humana.” Supongo que por aquí no vamos sobrados de filósofos, así que no queda otra que recurrir al primitivo miedo a la ley.

Me he puesto a buscar en internet por si hubiera alguna normativa que prohibiera el lanzamiento de petardos en la vía pública. Y he encontrado bastantes entradas al respecto. Existen muchos pueblos y ciudades españolas en las que está completamente prohibido tirar petardos si no es en un espacio habilitado y previa solicitud de algún permiso municipal. En las ordenanzas del Ayuntamiento de Arrecife no existe ningún apartado específico sobre este tema, pero sí que se indican los niveles máximos de ruido permitidos, cifrados en 70 decibelios durante el día. Y me atrevo a apostar que cualquier petardo de los tirados por aquí seguramente supere con creces estos niveles. Pero a ver quien es el guapo que tiene un aparatito de esos para medir decibelios y se pone al lado del niñatillo de turno un segundo antes de que tire el bobalicón juguete.

En cualquier caso, creo que este asunto debería ser tratado de algún modo, porque desgraciadamente el tema de los petarditos, en Argana, no se ciñe a unos días concretos del año, sino que supone un constante martilleo que va minando la moral y el aguante psicológico de quienes habitamos esta zona.

Tal vez se me pueda recriminar que siendo tantos los problemas que tenemos en Argana, este de los petardos no pasa de ser una cuestión menor, pero yo diría que cuando los problemas se convierten en excusas para no solucionar otros problemas, es que algo muy gordo está pasando.

Los habitantes de este lugar de Arrecife hemos de ser conscientes de que en nuestras calles no vive ningún pez gordo ni ningún alto dignatario. Eso significa que, puesto que no ven nuestros problemas, para ellos esos problemas no existen. Organizarnos e, incluso, solucionar nuestros propios asuntos sin tener que esperar a que un político nos haga el favor, no nos queda otra. Argana seguirá siendo “arganistán” hasta que nosotros queramos.

Petardos en Argana Alta
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