jueves. 18.04.2024

Por Federico Luna

Hemos pasado dos años escuchando a la oposición en el Cabildo (CC-PP-PNL) denunciar la parálisis de la institución, a la que no dudaron en tildar de zona cero, en alusión de dudoso gusto al espacio newyorkino donde explosionaron las bombas el 11 de septiembre de 2001.

Los partidos fuera del grupo de gobierno centraron su labor opositora y de fiscalización del trabajo público en repetir como un mantra lo de la parálisis permanente. Y miraron a otro lado ante proyectos como la medición de cubiertas para aprovechamiento fotovoltaico, el mapa de olas, la puesta en marcha, con muchas dificultades, de la planta de biometanización, el programa de dinamización ciudadana Crea por Lanzarote o la reestructuración de los servicios sociales insulares, entre otras iniciativas.

Siempre se puede hacer mejor, es obvio. Y no niego que tal vez el anterior equipo de gobierno se perdió un poco en la apuesta por un desarrollo sostenible necesario pero cuyos frutos a largo plazo no todos son capaces de ver.

En estos días, esos mismos partidos, CC, PP y PNL, más el PIL, que ocupan la dirección del Cabildo desde hace casi cuatro meses, se han presentado ante la ciudadanía para hacer recuento de su gestión y mostrar lo que consideran, por fin, una administración activa y laboriosa.

La institución lo es, no me cabe duda. Pero no le adjudico el mérito a Pedro San Ginés y consejeros circundantes. La lista de objetivos alcanzados y de trabajo realizado en este tiempo es la misma que pudo presentar cualquier Ejecutivo insular en cualquier ejercicio de los últimos 20 años. Las becas, el trabajo en Zonzamas, la promoción turística, el planeamiento urbanístico, la construcción de infraestructuras, la mejora de las carreteras.

El Cabildo nunca, ni antes ni ahora, ha estado paralizado. Y afortunadamente no se lo debemos a los políticos de quita y pon que por decisión del electorado o por cosas de la matemática entran y salen de los despachos oficiales. El Cabildo camina gracias a una legión de trabajadores que con desigual ilusión y entrega administran la rutina. Los más atrevidos, incluso, proponen iniciativas nunca antes vistas ni oídas por estos lares.

Cada año, gracias a los funcionarios de la institución, se publica la convocatoria de ayudas a los estudiantes, se limpian los márgenes de las vías públicas, se organiza la Feria de Artesanía, se visita Fitur, se apuesta por el Ironman, se entregan las subvenciones a las murgas y se reforesta el norte.

Una sociedad boyante, económicamente fuerte, con un futuro sosegado por delante no exige más. La administración de la rutina ha sido suficiente hasta hace bien poco, lo que por otra parte tiene mucho que ver con la situación que padecemos hoy.

Pero la crisis económica, la caída del turismo, el encarecimiento de los combustibles fósiles, el alarmante aumento del desempleo y de las situaciones de emergencia social obligan a un mayor esfuerzo. Ahora más que nunca es necesario contar con líderes imaginativos y con soluciones creativas a problemas clásicos. Y con el valor necesario para correr el riesgo de cambiar las cosas.

No es una quimera. Ahí está Nelson Mandela, quien consiguió unir a su país, Sudáfrica, desgarrado por el apartheid, mediante un partido de rugby. O el primer alcalde que apostó por una Navidad no consumista y propuso a los vecinos adornar el pueblo con materiales reciclados.

La imaginación y la creatividad son los nuevos aliados de los políticos del futuro. Porque en situaciones de crisis, el humo no se embotella para la venta con la misma facilidad. Y la rutina de antes resulta insuficiente para las necesidades de ahora.

Parálisis permanente
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