sábado. 20.04.2024

Por Félix Hormiga

El día 10 falleció Paco “el Peta”, el día 11 lo incineraron y ese mismo día Lola Suárez leyó el pregón con motivo de las fiestas de San Ginés, patrono de Arrecife. Allí nos enteramos de su muerte. Rocío se acercó y nos entregó a los conocidos un recordatorio con forma de marcador de libro con motivos arbóreos y tonos malvas. Impreso en el frágil papel el célebre poema de Martí, aquel que se hizo canción y que nosotros tanto cantábamos, a ritmo de guantanamera, cuando éramos jóvenes: Cultivo una rosa blanca.

“Paco se marchó”, me dijo Rocío, mientras me entregaba el recordatorio, y yo le pregunté: “¿Cómo?” Y ella agregó: “Con una sonrisa”. Sentí ese dolor que reparte dentro de nosotros mil heridas. Paco era la forma física de la alegría, de la respuesta ocurrente y rápida. La muerte ya lo había estado acechando cuando muy joven, pero la esquivó y quienes vieron el estado en que quedó el Mercedes y la versión giacometti de la bicicleta aún se preguntan cómo pudo driblarla, a qué argucias acudió para vencerla. Tuvo tiempo en el quirófano, allí le cambió el papelito donde figuraba su nombre y le dio esquinazo.

Paco era generoso, solidario, entregado a la amistad. La prueba final es ese poema de Martí como recuerdo y despedida. Como el poeta cubano, Paco, en lo que se refiere a su concepción de la vida y del comportamiento, estaba más cercano a Lao tsé que al confucianismo, pues así como para Confucio la no bondad debe ser contestada con no bondad, es decir: para los buenos soy bueno y para los no buenos no soy bueno, para Lao tsé la variante se destaca en: para los no buenos también soy bueno. Modelo, este último, seguido por José Martí que cultiva una rosa blanca para el amigo que le da su mano franca y también para el cruel que le arranca el corazón con que vive. El modelo castigador de la “justicia” que no convenció a Martí tampoco le hizo gracia a Paco que siempre se mantuvo en un alto grado de cordialidad con todos los que se cruzaron en los caminos de su vida.

La contestación de Rocío: “Con una sonrisa” me vino a demostrar que esta vez tampoco la muerte pudo ensuciarle el rostro, que logró esquivarle su carga oscura y dolorosa. Que él decidió marcharse, escogió un camino, a la búsqueda de los amigos y seres queridos que se habían ido antes. Muchos de ellos en tiempo de su primavera. Estará siguiendo la voz de Javier, “el Trucha,” que lo guía en el mundo nuevo. “¡Por aquí, Paco, por aquí!”, le estará gritando el hermoso ángel Javier. Lo guiará también Azucena, su madre, que me decía, cuando salíamos tarde, “Cuídalo”, y que en su nuevo hogar estará haciendo tapetes de punto de cruz, fabricándonos el cielo día a día con hilos de mar y nubes.

Y nosotros no podemos dejar de hablar de Paco, ni en este momento, aunque le distraigamos un poco de su camino, porque aquel grupo numeroso que fuimos, aquella, podríamos decir, generación, gente divertida y comprometida no seríamos nadie sin él. En las noches de acampadas, en la montaña o en la playa, iluminados por las brasas olorosas de las varas de parra y maderos afrutados, aprendimos de memoria nuestros rostros, aprendimos a sabernos familia, a reírnos del destino, del origen y de nosotros mismos que no éramos más que una nave bien cargada de sueños surcando mares dudosos. Aprendimos, especialmente, que todos éramos uno. Y Paco hacía de la noche estrellada el mapa de nuestra existencia, con sus cosas, con sus conocimientos de mundos secretos y de fenómenos extraños y extravagantes. Porque “el Peta” podía hablar de Dios y del peralte que debía tener la curva de una carretera, con la misma seriedad o la misma broma que, al fin y al cabo, son las dos caras de una misma moneda.

Te has ido, compañero de nombre eclipsado (Francisco Manrique Quirós Ojea). Gran actor de la vida. Tus manos trazarán en el aire invisible la estela de nuestros caminos y mecerán de ahora en adelante la cuna de nuestro cansancio.

Se nos ha ido un hermano, el mejor de todos.

Para Paco “el Peta”, in memóriam
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