jueves. 28.03.2024

Fito, que ya era un genio cuando estaba enrolado en las filas de Platero y Tú y seguía como un perrito faldero a Robe Iniesta (el cantante de Extremoduro) por considerarlo más genio que él, ha inmortalizado un cambio de frase: “por la boca vive el pez” . Está muy bien cambiar muerte por vida, pero yo, sobre todo cuando se trata de política, me quedo con el original, con el que determina que el pez muere siempre por la boca. Me parece más ajustado a la realidad.

El pez en este caso no es otro que Juan Fernando López Aguilar, al que este miércoles le dieron un repaso entre José Miguel Barragán y José Manuel Soria de tres pares de narices simplemente recordándole una vez más lo que dijo en el pasado sobre sus ahora socios en Lanzarote, la gente del PIL. Y es que López Aguilar en su día soltó pestes contra Dimas Martín y los suyos, hasta el punto de que, como extrañamente recordaba hace unos días El País, los llegó a comparar con el Cártel de Medellín. Y no sólo eso, López Aguilar fue el azote del Partido Popular (PP) en sus tiempos de diputado a cuenta de la no ejecución de la sentencia que condenaba a Dimas a entrar nuevamente en prisión. Dio tanta guerra que los populares, a pesar de que se intuía que tenían un acuerdo no escrito con los independientes, no tuvieron más remedio que encerrarlo en Tahíche.

Es normal que con esta trayectoria los representantes de Coalición Canaria (CC) y del PP aprovecharan la ocasión del debate de investidura de Paulino Rivero para sacarle los colores al que no hay que olvidar que fue el vencedor de las elecciones autonómicas. El vencedor vencido, podríamos decir.

No me vale como argumento que el ahora diputado autonómico diga que aquí se ha pactado con el partido, no con su líder, sabiendo como sabemos todos los que vivimos en Canarias que el PIL no es nada sin Dimas, como Dimas probablemente no sería nada ya sin el PIL. Al ex ministro le ha perdido la boca, como le perdió durante la campaña, donde se ofuscó tanto con los golpes dialécticos a los nacionalistas que se olvidó de que estaba cerrando la única puerta que se le podía abrir para un necesario pacto.

Pero no fue lo único destacado del animado debate que pude seguir a trompicones en la radio y en la tele. La mayor trifulca -antes del sorprendente final con la exhibición del documento de la polémica- se organizó alrededor del tiempo de los turnos de intervención. Y aquí le tengo que dar la razón al portavoz socialista. Por mucho que Antonio Castro repitiera una y otra vez que el reglamento avalaba su decisión de retirar la palabra a López Aguilar, hay una cosa que se llama sentido común y espíritu democrático. Y el sentido común y el espíritu democrático determinan que no se puede dejar que el candidato a la presidencia hable durante casi tres horas seguidas y el portavoz del principal grupo de la Cámara lo haga en veinte minutos o media hora. Sí, era lo acordado, pero tampoco pasaba nada por haber estirado el chicle dialéctico. Se habrían ahorrado otra polémica. Reconociendo lo absurdo que me parece que se discuta por algo así, puesto que un buen orador tiene que ser capaz de sacarle las tripas a sus adversarios en treinta segundos, no deja de ser un tanto frívolo y absurdo que se impida a un grupo expresar todo aquello que considere oportuno expresar. Y que no me venga nadie a hablar de la falta de tiempo. El Parlamento canario, por desgracia y por culpa del insólito sistema electoral que soportamos, es el menos plural de los que existen. Esto no es el Congreso de los Diputados. Aquí son sólo tres los portavoces que intervienen. Además, salvo que se tengan unas enormes ganas de hacer leña del árbol caído y machacar a alguien que ya le han machacado las matemáticas, no se entiende la limitación temporal impuesta. López Aguilar y el Partido Socialista Canario (PSC) son la única oposición que va a tener el Gobierno, y por higiene y salud democrática tienen que ser escuchados.

De Paulino Rivero poco puedo decir que no supiera ya. Algunos, como su sorprendida compañera Ana Oramas (qué sinceridad, chico, la escuché en una emisora poniendo a parir a su presidente diciendo que no le había gustado nada su intervención del primer día por cansina y monótona), le descubrieron este miércoles como un gran orador. No le llega al defenestrado José Carlos Mauricio ni a la suela del zapato, pero tampoco es mudo. Tiene la experiencia suficiente para salir airoso de estos envites, y además tiene una cosa muy buena, es una hormiguita trabajadora que se curra todos los temas al detalle. Por tanto, siendo generosos y obviando el aburrimiento que supone escuchar a una persona hablando tres horas seguidas, hay que darle un aprobado alto. A Soria, casi un notable (si no fuera porque sé, como sabemos todos, que su generosidad democrática con los socialistas de Gran Canaria tiene mucho que ver con lo contento que está por ser vicepresidente; otro gallo cantaría si se hubiera quedado sin nada), por lo relajado que se le ve dando palos a diestro y siniestro; a López Aguilar, un aprobado raspado, porque se le sigue notando mucho que está más quemado que la pipa de un indio.

PD: Ya había terminado el artículo cuando Erika me llama y me da un susto de muerte diciendo que “¡algo gordísimo!” había pasado en la parte final del debate. Como no tengo ni tiempo ni espacio, lo tengo que dejar para otro día. Me refiero a lo del lío del escrito que le mangaron a Castro Cordobez de su despacho y en el que se ratificaba con sello y todo el nombramiento de Paulino Rivero sin que se hubiera votado. Poco puedo decir ahora a estas horas de la noche. Eso sí, parece feo que alguien anticipe algo que no ha ocurrido; mucho más feo que alguien coja un papel que no le pertenece. Ya veremos a ver qué pasa.

Por la boca muere el pez
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