sábado. 20.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Han transcurrido ya dos años largos desde que tuvo lugar el relevo de inquilino en la Moncloa, en medio de las traumáticas y tristes circunstancias de todos conocidas, cuyas causas y origen no están aun ni medio claros. La política del país navega desde entonces por otros rumbos, pero aun hay golillas del cálamo que, tal vez imbuidos de infatuada autocomplacencia monocromática, solo saben mojarlo en el tintero de los denuestos para con los antiguos ocupantes de la sede del Gobierno y sus currículos políticos, creyéndose a pies juntillas los únicos derechohabientes de las más nobles esencias democráticas.

No es que aquellos personajes en cuestión, los de la Moncloa, digo - ni los actuales, por supuesto - tengan la capacidad de transportarme a niveles de entusiasmo que, pongo por caso, superen al que produce la recepción del aviso de pago de la contribución o misivas similares, pero esos ataques oportunistas y gratuitos me traen a la mente el viejo dicho: “Otros vendrán que bueno te harán”. Y lo digo como mera alusión, que a buen entendedor...

Sabida es la tendencia existente por estos pagos - y en otros también, que en todas partes cuecen habas - a la descalificación facilona, fruto, sin duda, de la carencia de ideas más brillantes que desarrollar. La mejor manera de ningunear a quienes no piensan de la misma manera que los que apostrofan a diestro y siniestro, es tratar de minimizar méritos y logros ajenos en beneficio de las majaderías propias. También se suele recurrir a estas triquiñuelas y ardides a modo de maniobras de distracción , tratando así de apantallar circunstancias más graves e importantes en lo que a la cosa pública respecta. Son tretas tan antiguas como la propia política, que es como decir desde que el homo sapiens - no siempre - hizo acto de presencia en el planeta.

Y todo ello con la que nos está cayendo encima en los ámbitos nacional e internacional de la política y la economía, de la sanidad, la seguridad ciudadana, la enseñanza, el euribor etc... Es como dedicar ímprobos esfuerzos intelectuales y toda la agudeza visual disponible en tratar de discernir la vaga silueta de una colina en lontananza sin percatarse del Himalaya que tenemos delante de las narices. De hecho, la oferta del abanico político actual tiende a aburrirme o a resultarme indiferente, cuando no cabreante; no me camelan ni tirios ni troyanos, pero es lo que hay, y con esos bueyes tenemos que arar - hablando siempre en metáfora, que los hay quisquillosos. Ante un presente, en algunos aspectos, poco halagüeño, y un futuro no menospreocupante, las fobias irredentas y el tratar de hacer leña del árbol caído, se me antojan un despilfarro de energía intelectual, amen de una salida poco caballerosa, y lo que es peor: totalmente inútil. Por eso repito: Otros vendrán que bueno te harán.

Otros vendrán...
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