jueves. 28.03.2024

Víctor Corcoba Herrero

De un tiempo a esta parte los observatorios, de todo y para todo, se han puesto de moda. Su creación está a la orden del día. Ante el más mínimo problema, nacen los equipos de observadores, dispuestos a poner orden en la realidad. Es lo que vociferan a los cuatro puntos cardinales. Esto que, en un principio puede parecer un sensible método de conocimiento de una situación, al final suele quedarse sólo en buenas intenciones. Luego resulta que, lo congruente entre los datos observados y sus posibles soluciones, dista mucho de esos bienhechores modos y maneras que se dicen, puesto que no se llevan a buen término las saludables orientaciones. El desbarajuste lejos de ordenarse, suele crecerse. Algo falla, pues, cuando se avivan burlas, frustraciones, defraudación... Una de dos, o los métodos no son los acertados o las medidas se quedan en aguas de borraja. En cualquier caso me parece una tomadura de pelo, impropia de un estado social y democrático de derecho.

Por aquello de que la familia es célula de la sociedad y una relación de amor gratuito entre sus miembros, me centraré en los observatorios últimos creados al efecto. Téngase en cuenta que si la familia natural se entiende, hablo naturalmente del matrimonio formado entre un varón y una mujer, la sociedad también cohabita mejor. Quizás si esto lo tuviésemos claro, aplacaríamos muchos conflictos actuales. Caminar contra natura es un mal rumbo para la concordia. En su tiempo se creó el observatorio de la infancia, pero el maltrato infantil sigue disparándose, sus políticas sociales son escasas, poco se hace por mejorar los hábitos alimenticios, de consumo y de ocio no adecuados, como lo demuestra que cada día son más los niños que caen en las redes del mundo de las drogas y otras adicciones. En la misma línea también se creó el observatorio estatal de violencia sobre la mujer, un órgano colegiado interministerial, incapaz de erradicar la violencia de género. Ahora se nos anuncia otro nuevo observatorio, el de la convivencia escolar, para luchar contra el ascendente acoso colegial y favorecer el entendimiento pacífico y solidario en los centros educativos. Como parece percibirse, ante un contrariedad social, se pone en funcionamiento un observatorio del que, hoy por hoy y a mi juicio, se perciben pocos resultados positivos.

La cuestión pienso no es la de sentirse observados, sino la de sentirse realmente protegidos antes de que sea demasiado tarde. Tampoco creo que es motivo para que el Estado se entrometa legislativamente en nuestros sentimientos, más bien nos hace falta sentirnos avalados por la seguridad jurídica. Con esto no quiero decir que los observatorios sean algo innecesario, quizás habría que extenderles más medios, gentes cualificadas y ejemplarizadoras, menos partidismo y más poderes consensuados. Estoy convencido que sólo unidos, con mayor independencia y beneplácito, ganaremos capacidad resolutoria. De lo contrario, pensaremos que son observatorios ciegos, una ventanilla más donde perder el tiempo, figuras institucionales decorativas que no ven la evidencia, o que viéndola son torpes hasta la saciedad para proponer estrategias, actuaciones y medidas para prevenir y corregir situaciones contrarias a la sociabilidad.

¿Observatorios ciegos u observatorios atados?
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