miércoles. 24.04.2024

Muchos, supongo que no soy el único, vivimos permanentemente preocupados por lo que los demás puedan pensar de nosotros. Nos esforzamos en caerle bien al personal, intentamos que piensen que somos buena gente, tios/as enrollados/as. Luego te das cuenta de que esta táctica no funciona casi nunca y te derrumbas, para inmediatamente volverte a levantar. Al final, llegas a una conclusión: no se puede caer bien a todo el mundo.

Esta reflexión tiene mucho que ver con mi particular manía de leer el obituario de los periódicos, la sección en la que se relata la vida y obra de personas fallecidas. Manía, por cierto, bastante más sana que la que tenía una compañera de pupitre en la universidad, que llevaba, la muy macabra, forrada la carpeta con las esquelas del ABC. No, a esta pájara de mal agüero no le bastaba con la típica foto de Ricky Martin, Tom Cruise o Ralph Maccio que llevaban las demás, le molaba eso de llevar nombres de muertos a todas partes. ¿Por qué? No lo sé, nunca me lo supo o me lo quiso explicar.

Me gusta leer las necrologías que se incluyen en los obituarios, para ver qué se comenta del personal una vez que abandona este mundo. En un rápido e insensato estudio que he realizado puedo adelantarte, estimado lector, que rara vez, por no decir nunca, he leído nada de un tío o una tía que haya sido malo. Es como si todo el que se va al otro barrio se convirtiera en un angelito simplemente por haberse muerto. Aunque sólo fuera una vez, me habría gustado que cayera en mis manos una crónica del tipo: “este tío era un impresentable, un mamoncete de tres al cuarto que se pasó toda la vida fastidiando al personal...”. Ya, ya sé que es mucho pedir.

Lo lógico es que se silencie todo lo malo que se tenga que decir de los fallecidos, aunque choque con el principio de veracidad que se debe defender en la prensa libre. Por eso la mayoría de las crónicas post mortem son tan dulces como la miel. De alguna manera es para no tener follones con el Más Allá. Uno nunca sabe el poder real que puede tener un difunto, y salvo casos como los de Hitler, Rasputín, Gargamel y alguna que otra joya de las que hemos tenido por estos lares, cuesta mucho hacer una mala crónica de sus gestas en vida.

Repasando el obituario del diario El Mundo, que a mi juicio es uno de los mejores, me encuentro con una pieza que me ha llamado la atención. Ángel Ibáñez, subdirector de la revista Interviú, falleció el 27 de octubre a los 42 años en un hospital de Madrid. Hasta ahora pocas cosas sorprendentes, salvo la juventud del compañero desaparecido. Lo sorprendente viene unas líneas más adelante. “Ángel Ibáñez falleció en un hospital de Madrid tras una enfermedad que sobrellevó con el estoicismo y buen humor que le caracterizaban. Sabía perfectamente que estaba invadido por una dolencia implacable, pero intentaba dar ánimo a los demás restando importancia a lo suyo. Así era Ángel. Ibáñez era paciente, reflexivo, concienzudo en su trabajo. Nadie le vio jamás perder la calma. Unos días después de incorporarse a El Mundo, Ibáñez cortó unas líneas de la carta dominical de Pedro J. Ramírez -su director y jefe supremo-. Este le pidió explicaciones a Ibáñez, que le respondió que el texto cortado sobraba. Pedro J., lívido, se encogió de hombros y se fue a su despacho sin hacer ningún comentario”.

No tuve el placer de conocer al bueno de Ángel Ibáñez, pero me cae muy bien y se lo digo para que lo sepa allí donde quiera que esté. Primero, por ser capaz de ofrecer a esta mezquina y cochina vida la mejor de sus sonrisas incluso en sus peores momentos, por tener el sentido del humor que le falta a tanto y tanto amargado/a con los que uno tiene que lidiar prácticamente a diario; segundo, por tener los ... suficientes para cortarle un texto al todopoderoso Pedro J. Ramírez y quedarse tan pancho.

Espero que alguien escriba algo así de mí cuando la palme. O que a alguien se le ocurra poner una placa en la esquina de mi casa que rece lo mismo que un busto que se exhibe en un paseo del Puerto de la Cruz, en Tenerife, sobre uno de sus más ilustres paisanos: “Fue un buen hombre”.

Obituarios y necrologías
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