martes. 16.04.2024

Por Cándido Marquesán Millán

En los numerosos conflictos armados que nos acucian, los también numerosos medios de comunicación llevan a cabo un cuidadoso proceso selectivo a la hora de valorar lo que es verdaderamente noticiable. Parece que sólo les interesan los acontecimientos bélicos o los movimientos diplomáticos. Son noticia que se haya producido un atentado terrorista en Bagdad o Basora, y cuantos más sean los muertos, mucho más. Como también que el ínclito presidente de los Estados Unidos, dando muestras de su solidaridad con sus soldados, haya realizado un viaje espontáneo y sorpresivo a Bagdad. También lo es que las tropas del ejército colombiano hayan invadido un país vecino, y además de matar a unos cuantos guerrilleros de las FARC, hayan capturado unos computadores de uno de los jefes, lo que va a suponer un auténtico filón, del que se puede extraer lo que se quiera por parte del Estado Mayor del Ejército, hasta un posible atentado en la capital de España.

Lo que nunca es noticia es que aproximadamente dos millones de iraquíes hayan huido de su tierra natal y ahora estén refugiados en infrahumanos barrios de los países a su alrededor. Son los nuevos palestinos, la diáspora árabe del siglo XXI que amenaza la estabilidad de la región. Muchos jóvenes no reciben educación alguna, y algunas jóvenes tienen que dedicarse a la prostitución, particularmente en Damasco. A los Estados Unidos les interesa más el abordar los desafíos de seguridad de la región dedicando miles de millones de dólares a sus bases militares con carácter permanente. Sería más fácil combatir los extremismos sufragando la escolaridad de los hijos de refugiados, para no ser marginados de por vida y en el subempleo. Es lo que debieran hacer, ya que ellos rompieron Irak, y tienen una responsabilidad moral con las personas cuyas vidas han sido hechas añicos por sus acciones.

Los refugiados iraquíes no reciben ayuda, en parte, debido a que el suyo es un problema que casi todos buscan ocultar. Siria y Jordania temen que si los refugiados reciben ayuda, entonces permanecerán por tiempo indefinido. Estados Unidos no quiere hablar de una crisis creada por su guerra, al tiempo que a los dirigentes chiítas de Irak no le interesan mucho los sunitas o los cristianos desplazados por milicias chiítas.“Está entre las mayores crisis humanitarias del mundo hoy día”, dijo Michael Cocer, experto en refugiados por el Comité Internacional de Rescate.

Por lo que hace referencia a Colombia, podemos contemplar en Bogotá, Medellín o Cartagena de Indias barrios lujosísimos y dotados de establecimientos comerciales con productos de las mejores marcas, y a la vez otros de población desplazada que viven en condiciones infrahumanas, como consecuencia de un conflicto armado, en el que no se vislumbra final alguno. Es muy complejo, ya que se entremezclan los grupos guerrilleros, las fuerzas paramilitares, los narcotraficantes, los políticos corruptos.

No quiero fijarme ahora en los orígenes, ni en su desarrollo. Solo pretendo hacerlo en una de sus secuelas más graves y que está pasando desapercibida fuera y dentro de Colombia. Me estoy refiriendo a la población desplazada, que fue y sigue siendo obligada a abandonar sus tierras, sus viviendas, sus medios de subsistencia, por la violencia y las amenazas de guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, incluso por oscuros personajes deseosos de quedarse con sus propiedades, y que tiene que ubicarse en las afueras de las grandes ciudades de su propio país en habitáculos indignos, auténticas chabolas. Su diferencia con los refugiados radica básicamente en que los primeros no salen de sus países de origen o residencia, mientras que los segundos buscan la protección en otros Estados.

En las montañas que circundan la ciudad de Bogotá, podemos contemplar llenos de desplazados los barrios de Suba o Soacha. En Medellín, el del Pacífico. O en Cartagena de Indias, el de Nelson Mandela y El Hoyo. Contemplar la situación -sin alcantarillado, ni agua corriente, ni servicios sanitarios y con deficientes atenciones educativas- en que viven estas casi 4 millones de personas es una experiencia difícil de olvidar. Sus calles empinadas están llenas de niños/as mendicantes, con olores nauseabundos al agolparse en compartimentos descubiertos las basuras, con casas construidas de planchas de hojalata que no protegen de las inclemencias meteorológicas, y con grandes problemas de seguridad pública, ya que la policía no se atreve a adentrarse estos lugares.

Ante el problema de los desplazados en Colombia no solo no se vislumbra solución alguna, sino que cada vez se agrava. Recientemente el alcalde de Bogotá señalaba que en su ciudad cada día se suman 200 personas desplazadas, y que las autoridades municipales se ven desbordadas.

Los Gobiernos no sólo no brindan a esta población desplazada o refugiada la atención adecuada, sino que además la tratan como si ella fuera la culpable. Su tragedia no tiene el poder político que tienen otros dramas. No existe un consenso internacional en su favor. Los líderes de otras naciones los ignoran. No hay en su apoyo manifestaciones multitudinarias, ni velitas en las ventanas. Su drama no es analizado ni denunciado a diario por los medios. No tienen nombre. No tienen familias importantes que los respalden, ni tienen amigos en el Congreso. Su pobreza les condena.

Podríamos poner muchos otros ejemplos. Uno más podría ser lo que está pasando actualmente en Darfur, una región al oeste de Sudán, tan extensa como Francia, y que debería hacernos sentir a todos los occidentales de motivo de reflexión y vergüenza. Se cuentan ya unos 250.000 muertos y 2 millones de desplazados. Todos creíamos que no se producirían jamás acontecimientos como el genocidio de Ruanda de 1994, o la masacre del pueblo bosnio en Srebenica. Vano intento

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