sábado. 20.04.2024

1.- Aunque no haya picado yo en ese higo, me alegro muchísimo de que en Granadilla se hayan repartido, y muy repartidos, 200 millones de euros. Estaban desde el mismo día del sorteo los bancarios atrapando, como buitres, a los afortunados. Un consejo: no metan ni un duro en los bancos que les hayan negado el pan y la sal. Vayan a entidades canarias a colocar el dinero. Todavía queda una: Cajasiete. Un banco serio y que apoya a la gente de aquí. Y si alguna que otra entidad les ha ayudado, pues a esa y no a las que tienen el no por respuesta, sobre todo para la gente humilde. Aquí hay que ser práctico. Pues a mí no me tocó nada digno de mencionar, algún reintegro y poquito en la pedrea, gracias a mi primo José María . Miren, para pagar el teléfono móvil del mes me dio, así que estoy contento. Como sucedió, así lo cuento. Pero vi muchas caras de satisfacción y, como soy persona sin envidias, me alegré muchísimo. Cuanta más gente salga de la crisis, mejor. La lotería de los humildes, sí señor. A pesar de los abusos del tal Montoro , que se inventó una tasa del 20% que no estaba en el programa electoral del PP. Golfos.

2.- Ayer, como cada 22 de diciembre, fue, más que nada, el día de la salud. Porque los que, como yo, no ganaron en la lotería, siempre exclamamos: "¡Pero mientras haya salud...!". Y es verdad. No valoramos la salud sino cuando no la tenemos. Yo prefiero mil veces que no me duela la pierna que el Gordo de Navidad. Pero mil veces. Mi mujer dice todos los días que a ella le tocó el gordo permanente (que soy yo), así que todo el mundo feliz. La Lotería de Navidad es una maravilla, nada que ver con la del Niño, cuyo billetito voy a comprar hoy mismo, en "El Gato Negro" de Los Realejos, por si acaso. El Gato da más niños que navidades.

3.- Yo, el domingo, cuando escuché los cohetes, creí que el Gordo había tocado aquí; pero no. Eran los cohetes propios de la Navidad, que no sé quién ni de dónde los tiran. Una vez, un amigo mío lanzó un volador, con la mala suerte de que entró por la ventana de un convento, con gran estruendo; y a los dos o tres minutos vimos salir, despavoridos, a media docena de frailes, con las sotanas arremangadas, corriendo como almas que se lleva el diablo. Estaban en el refectorio, o en oración, o en el onanismo propio de los conventos, y aquello los asustó no poco. Joder, qué follón.

[email protected]

No saben cuánto me alegro
Comentarios