viernes. 29.03.2024

1.- Estaba yo sentado en un banco de los aparcamientos "Greco", mientras me lavaban el coche. Por circunstancias que no vienen al caso, y seguramente derivadas del estrés que padezco a todos los niveles, me había quedado dormido. Últimamente me quedo dormido en cualquier parte. Entonces apareció un matrimonio, de indudable origen venezolano, por el confianzudeo los identifiqué, con dos hijos hiperactivos y una "Kangoo"; uno ya talludito y en la edad del cachetón y otro pequeñito, revoltoso como la madre que lo parió. Embelesado estaba yo cuando el más pequeño se sentó abruptamente a mi lado y me pegó un puñetazo en la barriga, a modo de saludo. "Qué mono el niño, y qué bien educadito lo tienen", le dije a la madre, sobresaltado, mientras el padre -un gordo- hablaba por el móvil, puede que con sus parientes de Petare. "Nené, ven", decía la madre sin mucha convicción, mientras yo me retorcía de dolor porque el jodido niño apuntó a la boca del estómago y me dejó embasado.

2.- Rezando para que terminaran el lavado del coche, vuelvo a recibir la visita del niño, esta vez en son de paz, que quería conversación. A mí me molestan mucho los infantes y procuro alejarme de ellos porque son un auténtico coñazo. Pero esta vez la madre, que debía de estar al loro, lanzó la terrible frase, que me dejó planchado para los restos: "Nené, te he dicho que no molestes al abuelito". "Me cago en su puta madre, señora", confieso que se me escapó, aunque no muy alto. Ella insistía: "Disculpe, señor, es que usted le recuerda a su abuelito y por eso quiere hablarle". Me metí en el coche y, en silencio, sin radio, sin música, sin nada, recorrí kilómetros y kilómetros con la mente en blanco, con los pensamientos huidos de mi cerebro. Y sentí que era el final.

3.- Llegué a casa y me miré al espejo. Se me ha puesto una tremenda cara de jubileta. Me vi viejo, incapaz de untarme con el "just for men", acabado. Llamarme abuelito a mí. Entonces recordé algo. Tenía yo veintitrés años y acababa de entrar a trabajar en "La Tarde". Hubo un atraco, lo cubrí yo para el periódico. Le habían robado la maleta a un hombre de 52 ó 53 años que salía de un banco. Y yo titulé: "Un anciano, atracado a la salida del Banco Hispano". Al día siguiente, el hombre me llamó. Preguntó por mí, me puse. Me dijo: "No, mire, las cosas sucedieron como usted las contó. La verdad es que todo ocurrió tal cual. Pero, oiga, ¿usted cree que a los 53 años se es un anciano? ¡Yo no soy ningún viejo, pollaboba!". Entonces me cabreé mucho con aquel señor, pero hoy lo entiendo perfectamente. Ahora me siento un bulto sospechoso a punto de dar el toletazo. Ay.

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No molestes al abuelito
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