sábado. 20.04.2024

Ya está registrada en el aire o en la nube de Internet casi todo lo que se escribió en la prensa de Lanzarote de los años de bonanza correspondientes a los estertores del siglo pasado y los albores del presente, cuando esta pobre islita rica sin gobierno conocido contaba con más medios de comunicación por metro cuadrado de todo el territorio nacional y parte del extranjero. Todo el papel impreso que salió a la calle bajo las manchetas de Lancelot, La Voz de Lanzarote, La Isla y alguna más están ahora al alcance de la computadora, a simple golpe de ratón.

Supongo que es una buena noticia, aunque estemos hablando de cadáveres, pues se dice que no hay nada más viejo –o más muerto- que el periódico de ayer, como cantaba el infortunado Héctor Lavoe: “Tu amor es un periódico de ayer, que nadie más procura ya leer: sensacional cuando salió en la madrugada, a mediodía ya noticia confirmada, y en la tarde materia olvidada…”

Lo dejó escrito César González-Ruano antes de que la informática fuera ni siquiera una utopía o el sueño de un mono loco: “El periódico de ayer sólo sirve para envolver el pescado de hoy”. En eso llevó razón hasta que llegó el invento postrero y digital del siglo XX y le llevó la contraria al maestro de columnistas de la primera mitad de la pasada centuria. En cualquier caso, los muertos gozan de muy buena salud y han dejado exquisitos cadáveres al alcance de ese pornógrafo necrófilo que es el ordenador. La máxima artística gringa del “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” (frase que se le atribuye graciosamente a James Dean) se cumplió en la mayoría de las cabeceras lanzaroteñas citadas. Ya no existen algunos de esos medios. No están en los quioscos, ni en las barras de los bares, ni en los centros socio culturales (con perdón por la redundancia), ni en las barberías ni en la clínica del dentista (a lo mejor en alguna sí, porque siempre tienen revistas muy atrasadas, como es triste fama).

Ahora esos cadáveres de papel que a muchos nos dieron de comer durante algunos años imitan la leyenda del Cid Campeador ganando batallas después de muertos, pues nos ayudan a evitar que los políticos y demás actores de la impúdica vida pública y publicada nos insulten la memoria cuando nos vienen a contar hoy que no dijeron ayer lo que consta que dijeron, o que no estuvieron en el partido del que ahora reniegan. Está escrito, y puedes seguir leyéndolo en el ordenador, donde las páginas no amarillean ni sirven de alimento para piojos ilustrados.

No habría memoria colectiva, o habría una memoria relativa o apenas un recuerdo subjetivo, si no existiera registro expreso de lo que una vez fue impreso; de lo que dejaron escrito en el pueblo los que pasaron antes por el pueblo. Precisamente ahora que desaparece -o corre serio riesgo de extinción- la prensa de papel, se da constancia de ella en la prensa digital. Es la buena nueva de una mala noticia, aunque parezca oxímoron, contradicción, sarcasmo, sangrante ironía, paradoja o parajoda, como dijo el otro.

Bien mirado, no parece exagerado insistir en que ahora esos periódicos muertos están incluso más vivos que nunca. Otro milagro de la tecnología. O la venganza de Gutenberg, que se sirve de la líquida pantalla de cristal para que su legado no desaparezca del todo. Y con otra ventaja añadida: ahora su papel no mancha los dedos de tinta.

Que se fastidie Ruano, porque lo de envolver el pescado con papel de periódico siempre fue una guarrada… y una triste recompensa para los que se dejaron lo mejor de sí mismos intentando hacer periodismo como mejor sabían, podían o les dejaban. ([email protected]).

No digas que fue un sueño
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