sábado. 20.04.2024

Soy agricultor. A pesar de mi profesión de electricista, la que me da de comer y con la que me siento muy satisfecho, por encima de todo soy agricultor.

Lo llevo en la sangre desde chinijo. Aprendí las faenas del campo acompañando a mi padre desde que era un crío. Son trabajos duros, pero satisfactorios, pues pocas cosas pueden compararse al placer de beber tu propio vino o arrugar las papas que plantaste.

Soy agricultor y el campo me ha dado muchas satisfacciones, muchísimas más que disgustos, pero si de disgustos hablamos tengo que acordarme de la rabia que me da ver como algunos especulan con las ayudas.

Mientras se reparten subvenciones sin tino a quienes acumulan miles de metros sin haber bajado nunca a un hoyo o colocado una piedra caída de un soco, cualquiera de los que amamos esta tierra y disfrutamos trabajándola, nos vemos negros para cobrar ayudas miserables y que siempre llegan tarde.

Si hablamos de disgustos, también tengo que acordarme de la rabia que da ver como el polvo que levantan algunos desaprensivos ahoga lo que he plantado, sin que nadie ponga coto a excursiones ilegales por caminos de tierra que destrozan nuestro paisaje.

Y ahora quieren darme un disgusto más. Ahora, diciendo que quieren defender a quienes amamos esta tierra con locura, se sacan de la gaveta una ley del suelo que para salvar al campo, según dicen, lo que hace es permitir colocar todavía más bloques de cemento.

Como si no hubiéramos aprendido nada en todos estos años, como si hubieran logrado callar para siempre los gritos de César avisando que así no.

No quiero esa ley. No quiero que siga adelante. Pero, sobre todo, no quiero que se escondan en plan cobarde detrás de la gente del campo, esos que nunca les importamos hasta que llegan las campañas.

Querer a esta tierra es cuidarla con mimo, como hacemos los agricultores, y no taparla con más cemento y más piche.

No a la Ley del Suelo
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