viernes. 19.04.2024

Por Mare Cabrera

Nos levantábamos el pasado 13 de marzo con previsiones meteorológicas nada corrientes en nuestras islas: lluvia constante, bajas temperaturas y mucho viento. A eso de las once de la noche, un amigo con coche todoterreno nos llamaba con una curiosa invitación. “¿Vamos a ver la nieve?”. No estaba yo vestida para la ocasión, pero una conejera, que tiene muchas oportunidades de pasar frío en los pueblos pero pocas de ver el blanco elemento, no puede pensárselo dos veces. Así que, improvisando un refajo con ropa de amigos y playeras de la talla 45, ni cortos ni perezosos nos fuimos dirección Los Pechos a ver lo que nos encontrábamos. Para mi sorpresa, muchos coches a esas horas de la madrugada, y más siendo domingo. ¿Es que la gente no trabaja el lunes? Algo bueno tendrán las listas del paro, que permiten no mirar la fecha del calendario y subir a los 2.000 metros de altitud, donde nos encontramos al final del camino para ver fenómenos poco usuales. Hace años no era raro. José fue contándonos por el camino que recordaba no tener que subir tanto para ver la nieve bajo sus pies.

El camino iba llenándose de niebla a cada paso, los árboles pelados hacían de marco para pequeños restos de nieve en su base. Por fin llegamos a un descampado donde aparcar no fue nada fácil, con tanto coche, Protección Civil y hasta una furgoneta de la Televisión Canaria que poco después se iba. Al salir de Las Palmas, el termómetro iba bajando con rapidez, 10 grados, al poco 6, hasta llegar a 1 grado centígrado. Y ahí que estábamos, en Tejeda, con nuestro gradito de temperatura y las manos heladas cuando, de repente, a la 1:30 de la madrugada... ¡nieve! Cero grados. 2.040 metros de altitud, viento, los árboles meciéndose a su compás… “Parece el sonido del mar”, me atreví a decir. Y la niebla que nos envolvía, con luces anaranjadas de fondo, cuya procedencia desconocíamos, pero hacían del paisaje, desolado y apasionante por igual, un lugar del que no apetecía marcharse.

Se veían pequeños relampagueos, que no provenían del cielo: las cámaras de fotos de todos los que estaban allí intentaban captar el momento que compartíamos. Al mirar la fotografía apenas se distinguían los copos. Una furgoneta no arrancaba, Protección Civil socorría a sus propietarios (mala noche para tener que dormir en el coche), pero aquello no arrancó, porque vimos más tarde una grúa subiendo al rescate.

La nieve duele cuando viene acompañada de viento, impacta en tu cara y en tus manos, quema, enfría y se posa. Nunca había visto nevar. Qué mejor forma y lugar que en la cumbre de Gran Canaria, rodeada de pinos y demás domingueros, con ropa de la talla 50, pantalones a remangar, zapatos 5 tallas por encima de la mía y un chocolatito caliente. Alguien mencionó un buen ron miel que no habría estado mal. Nos fuimos a las 3 de la madrugada, con ganas de volver. La nieve es especial, preciosa. Los besos bajo la nieve también lo son. Suerte la mía.

Nieve para una conejera
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