sábado. 20.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Es la frase de moda, el constante latiguillo verbal que escuchas de último allá donde quieras que vayas en los bares, hoteles o restaurantes por los que te dejas caer todos los días (en mi caso, todas las noches), e incluso sin la necesidad ni la necedad de acudir a los mismos:

-La cosa está muy floja.

La repiten, todos a una, camareros, empresarios turísticos y el resto del personal que trabaja, directa o indirectamente, para el actual y peligroso monocultivo que sustenta el 80% -pizco más o menos- de la frágil economía insular.

Escuchamos tantas veces y en tantos sitios la sentencia que tal parece que, en efecto, la cosa está muy, muy floja. Que asistimos a una desgraciada suerte de pitopausia turística. Eso, según los empresarios, empresa-urios y trabajadores del ramo, que son unos profesionales del llanto, como es triste fama. Otra cosa es que todos nos tengamos que tragar la llantina. Es más, reconozco que esa conversación contínua sobre la dichosa o presunta crisis turística me aburre y me harta como al que más, sobre todo si dura más de dos o tres minutos, que es el momento que aprovecho entonces para cambiar de tercio o, directamente, salir a escape. Me ocurre lo mismo con lo de la otra matraquilla periódica de la cifra de entrada de extranjeros a esta pobre islita rica sin gobierno conocido: nunca las leo ni las escucho, porque me hastían y me marean, y porque tanto me dan ocho que ochenta, puestos a contar verdades.

-Claro, porque tú no te dedicas al negocio...

Va a ser eso. No lo dudo ni lo discuto. Pero ni siquiera desde el punto de vista informativo me estimula el peliagudo asunto. De ahí que no suela dedicarle ni una mísera columna al mismo (la de hoy es la afamada excepción que confirma la regla). Los que sí me divierten, sensu contrario, son los cuentacuentos que aparecen siempre revoloteando alrededor del negocio, así sean éstos empresarios del sector o políticos. Estos últimos se han sacado de la manga lo que no está ni en los escritos, desde lo del turismo sostenible ("contradictio in terminis": el turista es un invasor que paga, y además destruye siempre, inevitablemente) a lo de la moratoria, que ahora han vuelto a tumbar en los tribunales, para alegría y contento de los empresa-urios o políticoespeculadores que nombrábamos antes. Y vuelta a empezar con la tragicomedia, y así hasta el infinito.

¿Es posible que aún quede alguien en Lanzarote que crea en la palabra o les haga caso a esta gente? Uno no es escéptico por capricho, sino gracias a personajes como los que luego le reclaman el voto a todo hijo de vecina, después de mamarse el dinero de todo el pueblo en orgías subvencionadas como las de Fitur y otras perfectas excusas para viajar, comer y emborracharse a cuenta del contribuyente. Pero esa actitud descreída me ahorra al final llevarme tremendos y periódicos desengaños. Eso que me ahorro.

Sí, la cosa está muy floja. Y la cara de algunos cuentistas cada día más dura, a fe mía. ([email protected]).

Muy floja
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