sábado. 20.04.2024

Al igual que la inmensa mayoría de los lanzaroteño (sí, sí, la inmensa mayoría; no se crea nadie lo que cuentan políticos y altavoces mediáticos de aquéllos sobre el “todo Lanzarote estaba en la fiesta tal”, socorrida frase hecha y falsa donde las haya), no asistí a ninguno de los actos del por suerte ya agonizante -Dios aprieta pero no ahoga- cutre y cansino carnaval conejero. Tampoco al entierro de la sardina, a la que a lo peor fueron a enterrar los mismos políticos o sepultureros que ya tienen pie y medio dentro de otra tumba, porque el pacto PIL-PSOE huele a muerto desde hace tiempo, como es triste fama, y más después del “supermartes” de Gladis en Yaiza...

En los estertores del carnaval teóricamente festivo (sobre todo para peninsulares y turistas, pues la novelería y la curiosidad son humanos vicios universales; los lugareños cada vez creemos menos en esa supuesta religión pagana que pagamos todos), dentro de apenas unas horas retomaremos el carnaval estrictamente político, que es incluso mucho más obsceno y ramplón que aquél -que ya es decir-, y que este año 2008 va a ser tan largo como fatigoso, pues seguimos en los malos tiempos de vísperas electorales, plena época de celo de todo candidato en busca del voto en extinción en la isla más abstencionista de Canarias desde los albores democráticos... y subiendo, gracias a la incompetencia manifiesta de nuestros hombres (y mujeres) públicos.

Ya hemos entendido todos, a estas alturas de la Liga o del esperpento pseudo-democrático que padecemos, que la totalidad de los partidos políticos mueren de indigestión de sus propias mentiras. Y va quedando cada día más claro que hay dos clases de políticos: los que creen que es lícito faltar clamorosamente a la verdad antes de las elecciones y los que creen que también está permitido hacerlo después de cerradas las urnas, si bien en voz baja y más disimuladamente. Es una pequeña/gran diferencia, como es de ver. Siempre dejando claro también que no todos los políticos son malos. Esa generalización es tan injusta como peligrosa. Los hay malos, de acuerdo, pero también los hay peores. Tal parece que el divino don de la palabra les ha sido otorgado por los dioses con la exclusiva finalidad de ocultar sus pensamientos. No hay que salir de esta pobre islita rica sin gobierno conocido para constatarlo. Indisolublemente unidos al engaño, como abrazados a un rencor -que dice el tango-, los políticos no sueltan una verdad ni para un remedio ni para una enfermedad, aunque sea tan grave como la que ahora aflige a la política, que ha alcanzado ya las más altas cotas de descrédito. Después de haber llegado tan alto (es decir, después de haber caído tan bajo), parece claro que para esta fauna infame nunca es tarde si la mentira es buena. Pero sucede que en Lanzarote la mitad de la población ya no se cree nada, como se comprueba en ese 50% de electores potenciales que renunciamos a acudir a votar. Una cifra abstencionista (alarmante para algunos, lógica y saludable para los demás) que, como queda dicho, va creciendo en cada cita electoral... y que este año, ante los comicios generales del inminente 9 de marzo, puede superar cualquier otra marca anterior, por más y por mucho que esa ola del antivoto ni la huela ninguna oleada demoscópica o cualquier otro macrosondeo engañabobos. Ante cualquier encuesta, el elector potencial sí que se coloca la careta o el antifaz. Ahí, frente al desconocido cenizo que te pregunta lo que no le interesa, todos somos carnavaleros. Y además todo el año. ([email protected]).

Miércoles de cenizos
Comentarios