sábado. 20.04.2024

El Partido Popular (PP) me recuerda en estos días a un niño de cuatro años al que sus padres intentan sacar de casa para ir a visitar a unos tíos que viven en Las Breñas y que berrea y patalea a sabiendas de que no se va a salir con la suya.

El alto el fuego de ETA no ha sido otra cosa que el desesperado intento de Batasuna de conseguir su legalización antes de las elecciones locales y autonómicas del próximo mes de mayo. La idea no era otra que convencer al Gobierno y a los partidos que conforman el arco parlamentario en Madrid de que las cosas habían cambiado y de que merecían una segunda oportunidad, oportunidad que les serviría para volver a entrar en las instituciones vascas y reconquistar el poder político y económico que perdieron tras la ilegalización. Durante el tiempo que ha durado el alto el fuego, por tanto, lo poco que ha quedado de ETA no tenía otro remedio que rearmarse en silencio y no llamar la atención para que primara el objetivo político por encima de sus verdaderas intenciones. Una vez que una parte de la organización tuvo claro que no se había dado un solo paso para la obtención de la legalización anhelada, se decidió volver a las andadas y descubrir el auténtico rostro de la banda, atentando en Barajas y provocando la muerte de dos ecuatorianos a los que creo que alguien tendría que haber sacado de los aparcamientos antes de que explotaran las bombas.

Mientras todo esto sucedía, el Partido Socialista (PSOE) y el PP estaban enfrascados en una lucha sin cuartel que tenía como telón de fondo el juego sucio que los populares saben que se les hizo antes, durante y después de los terribles atentados de las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia. A mi juicio, la estrategia del PP era absolutamente errónea. No era el momento de devolverle la jugada política a nadie, era el momento de colaborar con el Gobierno, incluso, como dijo esta semana el sensato Juan Carlos Rodríguez Ibarra, a sabiendas de que Rodríguez Zapatero y los suyos estaban equivocados.

La acción de ETA demostró claramente que las concesiones de las que se hablaban no eran reales. Demostró también que los socialistas tienen tanto odio y resentimiento contra ETA como lo pueden tener los populares, puesto que ambos partidos tienen víctimas en el recuerdo. Demostró que era absurdo haberse salido del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo que tanto bien hizo.

Ha quedado patente que la única forma de combatir al terrorismo con eficacia es a través de la unidad de los demócratas, creando alianzas y persiguiendo policialmente a todos los que asesinan o ayudan a que se asesine. En lugar de hacer esto, el PP se ha empeñado en criticar un día sí y otro también las actuaciones del Gobierno, sin darse cuenta de que lo único que conseguían era por un lado crispar un ambiente que no tendría por qué haber estado crispado y entorpecer la política de lucha antiterrorista que duela o no tiene que estar diseñada y dirigida por el Ejecutivo. Todo lo que han dicho en público, lo podrían haber dicho en privado. No habría pasado nada, y de paso no habría quedado la duda que muchos ciudadanos tienen de que lo único que se ha buscado es el rédito político.

Dicho todo esto y subrayando que siempre he estado y estaré de acuerdo con la forma en la que el PP planteó la lucha antiterrorista en los momentos en los que había que tomar decisiones importantes sin tener que organizar bandas asesinas financiadas por el Estado, no entiendo por qué se han negado a acudir a la manifestación de Madrid, por qué también se negaron a acudir este viernes a la manifestación de Arrecife, una manifestación con un lema tan poco conflictivo como “Por la paz, contra la violencia”. Aquí, la estúpida excusa -no se me ocurre otro calificativo- es que nadie les invitó, cuando me consta que saben, porque se publicó en este diario, que los organizadores de la marcha, entre los que está un simpático amigo colombiano con el que juego todos los sábados al baloncesto y del que puedo jurar y juro que no es sospechoso de militar en ningún partido, no invitaron a nadie, invitaron a todo el mundo. En Madrid, la excusa -menos estúpida, también es cierto-, la ofreció este viernes Mariano Rajoy, quien dijo más o menos que el PP no iba a la marcha porque no estaba muy claro contra qué se protestaba, no estaba muy claro si en el mensaje de cabecera se dejaba entrever un posible diálogo con la banda terrorista con el que los populares no están de acuerdo.

Me parece que Rajoy, que es un tipo inteligente y preparado como pocos, se ha dejado influir en este caso por el sector más intransigente de su partido, ese que quiere cobrar venganza a costa de lo que sea por lo que sucedió el 14 de marzo de 2004. El mismo sector que se equivoca una y otra vez con la política de oposición que se está haciendo.

Este tipo de manifestaciones no sirven para nada o para casi nada. Ahora, los gestos, las presencias o las ausencias son muy importantes. Tanto el PP como la Asociación de Víctimas del Terrorismo tendrían que estar en cualquier manifestación en la que se condene un atentado de ETA, sobre todo cuando han muerto personas. Luego, cuando todo acabe, que empiece la política, que se pongan sobre la mesa cuantas verdades haya que contar a aquellos que tienen la obligación de escuchar. Un error.

Me enfado y no voy a la manifestación
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