viernes. 29.03.2024

Por Fernando Marcet Manrique

Gandhi lo expresó fenomenalmente, “En el mundo hay suficientes recursos para satisfacer las necesidades de todos, pero no para saciar la codicia de unos pocos.” Si redujéramos el mundo a esta pequeña isla con gobierno demasiado conocido, podríamos hacer la célebre sentencia igualmente aplicable.

Hasta hace cuatro días cualquier sondeo de opinión reflejaba sin ningún género de dudas el deseo de la población lanzaroteña de detener el crecimiento urbanístico. Es decir, te hacían la preguntita y tú respondías que sí, que eso había que pararlo como fuera, pero en cuanto la señorita de las encuestas se daba la vuelta tú sacabas la hormigonera de detrás de la espalda y seguías levantando tu chalecito en el campo.

Es la contradicción occidental por antonomasia. Otros lo llaman hipocresía, y bien pudiera serlo, pero fíjate lo que te digo, prefiero esta hipocresía a esa otra actitud que la viene sustituyendo de último. Una especie de cinismo pasota que yo bautizaría como “quelesjodanismo”. Mala cosa el quelesjodanismo.

Lo que quiero decir es que hasta hace poco al menos nos dábamos cuenta de qué era lo correcto. Habría que reciclar, habría que coger menos el coche o tratar de compartirlo entre varios siempre que fuera posible, habría que construir menos, habría que ahorrar electricidad, habría que gastar menos agua. Luego todo el mundo iba a lo suyo en mayor o menor medida, pero al menos siempre estaba ahí esa noción de qué era lo que debería hacerse, aunque no se hiciera. Esa hipocresía aparente se traducía, en la práctica, en un permanente estado de remordimientos que nos impelía a hacer buenas acciones sin venir a cuento, como apadrinar niños, ayudar a cruzar a las ancianitas, o dar dos euros al gorrilla más cercano. Era poco, pero menos dan las piedras.

Y es que cada vez veo más piedras por ahí. Los quelesjodanistas se cansaron de tener remordimientos. Es un proceso bien sencillo, si tú te das cuenta de que dices una cosa y luego actúas de forma completamente distinta tienes tres opciones:

La primera es seguir como si nada, diciéndote que la vida es así y tratando de conciliarte contigo mismo, compensando tus inconsecuencias con las buenas acciones de las que hablábamos antes.

La segunda es amoldar tu actitud a lo que dices. O sea, obrar en derivación de lo que predicas. Si dices que hay que reciclar, reciclas, si dices que hay que ahorrar agua, la ahorras, etc...

Y está la tercera. La de los quelesjodanistas. En lugar de amoldar tu actitud a lo que dices, amoldas lo que dices a tu actitud. De las tres es sin duda la determinación más sencilla de tomar, y por ende la más susceptible de flamígera propagación entre las nuevas generaciones. ¿Para qué seguir siendo un hipócrita? ¿Para qué los remordimientos? “Al carajo, si yo sé que no me voy a molestar en coger menos el coche, no voy a ahorrar agua y voy a construir hoteles en el jable a poco que me dejen, ¿para qué voy a estar predicando otra cosa? Podré ser lo que quieran, pero no un hipócrita. Y no, no veo los documentales “la dos”, ni falta que me hace.” Este vendría a ser el razonamiento de un quelesjodanista. El razonamiento propio de alguien que no se preocupa por esas cosas del bien común, y tampoco se molesta en disimularlo.

Frente al feroz empuje de los quelesjodanistas, el último bastión defensivo que nos queda a los hipócritas de toda la vida consiste en “lo políticamente correcto”. Afortunadamente todavía tenemos a la mayoría de los medios de comunicación y a los propios políticos promocionando los valores correctos. Pero no nos mintamos también en esto, si promocionan estos valores es porque tanto los periódicos que venden como los votos que necesitan dependen todavía de la generación de hipócritas de toda la vida. Cuando el empuje de los quelesjodanistas sea lo suficientemente grande, también esa muralla caerá presa de las mismas consignas tan crudamente sinceras y consecuentes, como cruelmente insolidarias. Es lo que tiene lo políticamente correcto, que depende de la mayoría del momento.

Los “quelesjodanistas”
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