viernes. 29.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Acabo de ver en televisión a la ministra de Trabajo de Italia, Elsa Fomero, ponerse a llorar en el momento que estaba comunicando a sus conciudadanos los duros recortes sociales como consecuencia de los ajustes fiscales puestos en marcha por el Gobierno del tecnócrata Mario Monti, siguiendo a rajatabla las ordenes de las instituciones el Unión Europea, mejor dicho, del Deutsche Bank. De verdad, me ha impresionado. Como también el lehendakari, Patxi López, el pasado 22 de octubre al hacer lo mismo en un discurso en San Sebastián, tras el cese de la violencia de ETA, al recordar a todas sus víctimas. Como no podía faltar en esta nuestra querida España, no escasearon los periodistas con muchos seguidores incondicionales que dijeron, demostrando su auténtica catadura moral: hay políticos que deberían salir de casa ya llorados.

En el caso del país trasalpino, no tengo la pretensión ahora de fijarme en las razones de tales políticas, pienso que había otras opciones más justas y equitativas; como tampoco en la legitimitidad de un gobierno que no ha sido elegido por los italianos, con el consiguiente daño y lógico descrédito del actual sistema democrático. Quiero detenerme ahora en dos cuestiones muy puntuales, la primera es la enunciada al principio de estas líneas. Que un político, manifieste su profundo pesar, dando muestras de humanidad, en medio de una conferencia de prensa por los gravísimos efectos de sus decisiones políticas, es algo que le ennoblece, que merece ser destacado, y que como español siento una envidia sana. No puedo imaginarme a Dolores de Cospedal, en una actitud semejante al transmitir a la ciudadanía castellano-manchega todo un conjunto de recortes brutales que dañan gravemente los servicios básicos del Estado de bienestar: sanidad, educación, pensiones y dependencia. Muy al contrario, la presidenta de Castilla-La Mancha, secretaria del Partido Popular y en la anterior legislatura también senadora, dio muestras de una dureza y frialdad implacables al manifestar los recortes, sin que le temblase el pulso en ningún momento. ¿Ha pensado en algún momento en el daño que van a sufrir muchos castellano-manchegos con esas políticas? ¿Ha reflexionado el deterioro en su modo de vida que puede suponer para muchas personas mayores su anunciada revisión de la Ley de Dependencia? ¿Ha valorado cuántos emigrantes recién llegados, sin conocimiento alguno de nuestro idioma, van a quedar abandonados a su suerte con sus recortes educativos en los centros públicos? ¿Ha pensado en cuántas personas van a estar mal atendidas, con las negativas e irreparables secuelas para su salud, por sus recortes en sanidad? Si estas reflexiones le hubieran pasado por la cabeza, es seguro que Dolores de Cospedal hubiera llorado también. Mas no lloró, como tampoco lo hizo Esperanza Aguirre en la misma situación, ya que estas mujeres son ese paradigma de políticas de un partido, que se valoran más cuanto más duras son con la mayoría de los ciudadanos. Es muy fácil ser duro con los débiles y blandos con los poderosos. Tengo la impresión que estos diferentes comportamientos obedecen a distintos modos de entender la actividad política. Los casos de la ministra italiana, como el de Patxi López, pertenecen, tal como señaló Azaña, a ese tipo de personas que llegan a la política guiados por determinados móviles, los auténticos de la emoción política. Los auténticos, los de verdad son la percepción de la continuidad histórica, de la duración, es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el sentimiento de justicia social, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. De la composición y combinación de los tres elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política. Con ella el ánimo del político se enardece como el ánimo de un artista al contemplar una concepción bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo.

Mientras que hay otros políticos que llegan a la política movidos por el deseo de medrar, el instinto adquisitivo, el gusto de lucirse, el afán de mando, la necesidad de vivir como se pueda y hasta un cierto donjuanismo. Mas, estos móviles no son los auténticos de la verdadera emoción política. Entre estos últimos políticos, están aquellos que cobran distintos sueldos como consecuencia del desempeño de distintos cargos públicos. En este nuestro país los hay, vaya que si los hay, todavía más, hay políticos cobrando varios sueldos públicos a los que no se les plantea problema ético alguno en exigir a la vez a los ciudadanos grandes sacrificios. De verdad, es lamentable. ¿Cómo pueden salir a pedir esfuerzos a la ciudadanía? ¿Cómo no se les cae la cara de vergüenza? ¡Qué falta de ética! Deberían estos “políticos” seguir el ejemplo de Mario Monti que acaba de señalar "En el momento en el que se pide sacrificios a todos los ciudadanos, creo que es mi deber renunciar a mi salario como jefe del Consejo y ministro de Economía y Finanzas”.

Los políticos también lloran
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